La duquesa era bonita, distinguida, su rostro un óvalo perfecto de rasgos delicados y aristocráticos, boca perfecta de labios rojos que levantaban pasiones. La mirada guardaba un gran misterio; los cabellos eran rubios, el talle esbelto, el cuerpo bien proporcionado, aunque no era muy alta. El conjunto resultaba sumamente elegante, gracioso, femenino. Marie no dejaba indiferente a nadie; jóvenes o viejos, nobles o plebeyos, todos solían sentirse atraídos. “Galante, vivaz, osada, emprendedora”, la describía La Rochefoucauld.
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