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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Estandartes de Castilla
Foto enviada por cuenka

-Prepárame la cena, mamá -exigió-. Ahora mismo.
De regreso a casa, se puso a saltar sobre la cama con las botas puestas, hasta que se rompió. Sacó todos su juguetes… y no los volvió a guardar.
Pero Serafín se escapó corriendo, dobló la esquina donde había un mendigo pidiendo limosna y al pasar le robó lo que tenía en el platillo.
- ¡Tú, diablillo! -gritó un hombre a quien empujó de mala manera.
Serafín buscó su aureola. Había desaparecido, dejándole una leve impresión de calor en el cogote, que se le quitó tras haber tirado unos cuantos guijarros a los patos del estanque. Después de desinflar los neumáticos de un par de coches, llamar a unos cuantos timbres y quitarle los caramelos a un niño, se dio cuenta de lo mucho que se estaba divirtiendo. Una especie de risa diabólica se le escapó de la garganta al tiempo que sus plumas de ángel se desparramaban como la lluvia.
- ¡Demonio de niño! -gritaron, y el encargado le amenazó con el puño.
En el supermercado retiró la lata judías que soportaba toda la pila. Desenchufó los aparatos frigoríficos y descongeló todos los pollos. Lanzó un carrito contra un estante de rollos de papel y todos los paquetes de papel higiénico se vinieron abajo sobre los compradores.
Aquello no le gustaba nada. Ser malo resultaba pesadísimo para un angelito como Serafín.
Se ciñó la cazadora y se fue corriendo de la clase y del colegio, hasta la calle. Se paró delante del cuartel de los bomberos y con una tiza dibujó en el muro una caricatura de su maestra. Debajo escribió: “Ser malo es maravilloso” y “La maldad es estupenda”. Cuando se fue a la calle de las tiendas, dejó tras sí tantas plumas blancas que se hubiera podido llenar con ellas una almohada.
Al instante, una pluma se desprendió de sus alas.

- ¡SERAFIN!
- ¡Ni hablar! ¡No me da la gana! ¡Y usted, vieja estúpida, no puede obligarme! -gritó con una mueca de burla.
La profesora no podía dar crédito a lo que oía.

- ¡Serafín! -dijo con firmeza- ¡Quítate la cazadora!
Serafín carraspeó nerviosamente.

-No -dijo.
Serafín, querido, quítate la cazadora -dijo la profesora, al tiempo que dirigía una tierna sonrisa a su alumno predilecto.
Pero cuando entregó los deberes (a su tiempo debido, como de costumbre), sintió que sus alas crecían y largas plumas blancas se asomaban por debajo de su cazadora. Sólo había una solución para no convertirse en un ángel: hacer algo realmente malo, cuanto más malo, mejor.