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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Estandartes de Castilla
Foto enviada por cuenka

Se puso la cazadora para disimular las alas y estiró bien la capucha para esconder la aureola.
No quiero ser un ángel”, pensaba. “Pareceré una niña paseándome por ahí con un vestidito blanco. Ahora ya no me quieren mucho. Cuando me haya convertido en un ángel con alas y todo, nadie me dirigirá la palabra.”
¡Pobre Serafín! Las alas abultaban debajo del jersey y la aureola le producía dolores de cabeza.
La cosa fue a peor. Mientras se lavaba los dientes (cepillando de arriba abajo, naturalmente, no hacia los lados) una luz deslumbrante centelleó sobre su cabeza y tomó la forma de una aureola. Serafín se estaba convirtiendo en un ángel.
Aquella noche no consiguió dormir más que acostado boca abajo y a la mañana siguiente su pijama le resultaba demasiado estrecho. Se miró de nuevo en el espejo y vio que le habían crecido ¡dos pequeñas alas!
A la hora de acostarse, dio las buenas noches a su madre y a su padre y se dirigió a su habitación. Mientras se ponía el pijama, vio sus hombros reflejados en el espejo. ¡Tenía dos grandes bultos rojos!
Un día, a Serafín empezó a dolerle la espalda. Bueno, por el momento era sólo un picor. Intentó rascarse, pero no alcanzaba con la mano.
Pero en secreto pensaban: “Este niño es un repipi”.
Las madres de los otros niños respondían:

-Sí, un angelito.
Serafín es un angelito, ¿verdad? -decía su mamá.
Nunca hacía ruido. Ayudaba a las ancianas a cruzar la calle. Bebía zumo de ciruelas porque era sano y se lavaba por lo menos dos veces al día sin que nadie tuviese que decírselo. Su cuarto estaba siempre ordenado y en el colegio sus profesores pensaban que era maravilloso.
Serafín Migadepan

Serafín Migadepán era muy bueno.

Parecía que no podía ser tan bueno.