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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Misa romeria
Foto enviada por cuenka

Todos, excepción hecha del capitán, bajamos a la playa y nos dispusimos a encender una hoguera con madera que flotaba a la deriva. Luego ensartamos unos tiernos pedazos de carne en unas varillas de hierro y los asamos sobre el fuego.
El capitán accedió y atracamos frente a la isla.
— ¿Podemos llevarnos a tierra un barril de cerveza, mi capitán? —preguntó un marinero.
El capitán decidió poner rumbo a la isla, que casi parecía moverse mientras se recortaba refulgente sobre el cielo. Sus acantilados eran grises, pero las bajas colinas tierra adentro aparecían verdes y acogedoras, con bandadas de pájaros que volaban trazando círculos en el cielo.
—No importa —contesté— Al menos, podremos bajar a tierra y correr.
—No la encuentro en ninguno de mis mapas —dijo el capitán.
El barco era pequeño y el sol calentaba mucho, y los tripulantes no tardaron en sentirse fatigados y de mal humor. Así que cuando el vigía divisó una pequeña isla en el horizonte, nos pusimos todos a dar vítores y a escudriñar la lejanía.
Después de mis aventuras en el Valle de los Diamantes, había amasado tal fortuna que pensé que nunca más volvería a marcharme de Bagdad. Pero muy pronto empecé a echar de menos el mar, así que decidí ir a Basora y zarpar en un barco extranjero en busca de más aventuras.
Simbad y las islas maravillosas

Yo soy Simbad, el mercader de Bagdad. Tal vez me recordéis. Mis viajes me han llevado a afrontar toda clase de peligros. Pero, ¿os he hablado de aquella vez que atracamos junto a…? No, creo que no. Pues bien, voy a contároslo.