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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

el rio azul
Foto enviada por cuenka

Cuando le lanzó el pan al oso, este se entretuvo devorándolo y el príncipe se apresuró hacia el interior de la cueva. Todo se encontraba oscuro en aquel lugar, pero a lo lejos podía verse un manantial lleno de luz, y el joven no tardó en rellenar con aquella agua mágica un pequeño frasco que llevaba consigo.
Y así lo hizo. El menor de los príncipes siguió el camino indicado por el duende y a las pocas horas arribó a la cueva encantada. Como le habían advertido, el oso se encontraba justo en la entrada. Era un animal enorme con garras afiladas y mirada furiosa, pero el príncipe hizo todo lo que el duende le había dicho.
– Toma este pan. Dáselo al oso y podrás entrar a la cueva. Antes que el oso termine de comer deberás haber salido. Date prisa.
– ¿Entonces, cómo hago? – preguntó el príncipe.
¡Claro que sí! – exclamó el duende con alegría al ver que por fin, alguien le había tratado con amabilidad – Debes buscarla en la cueva encantada. Pero ten cuidado, porque un terrible oso protege la entrada.
– Estoy buscando el agua de la vida para mi padre enfermo. ¿Sabes dónde puedo encontrarla?
– ¿A dónde vas con tanta prisa, jovenzuelo?
Varias horas después, el más pequeño de los príncipes se preocupó por sus hermanos, pues aún no habían regresado con el agua de la vida para su enfermo padre. Sin pensarlo dos veces, ajustó su caballo y salió hacia el bosque. Por supuesto, el duende del bosque también vio al pequeño príncipe y decidió cruzarse en su camino.
Y dicho aquello continuó su veloz carrera. El duende, molesto por la actitud del príncipe volvió a lanzar un hechizo para que se extraviara entre las montañas del bosque.
– ¡Aparta, imbécil! – chilló el príncipe – No tengo tiempo para tus preguntas.
Entonces, el duende se irritó tanto que lanzó un hechizo sobre el joven y lo hizo perderse entre las montañas. Con el paso del tiempo, el segundo de los hermanos comenzó a impacientarse. “Si yo encuentro el agua de la vida mi padre me coronará como rey”, murmuró el jovenzuelo mientras ensillaba su caballo y se desprendía galopando hacia el bosque. Nuevamente, el duende se cruzó en el camino del segundo hermano.
– ¡No me molestes, estúpido! ¡Sal de mi camino! – gritó el príncipe sin detener su frenética marcha.
– ¿A dónde te diriges con tanta prisa, jovenzuelo? – preguntó la criatura.
Al oír las palabras del anciano, los hermanos se llenaron de esperanza. El mayor de ellos partió rápidamente hacia su caballo y salió del castillo corriendo a toda velocidad. “Si obtengo el agua de la vida me ganaré el favor de mi padre para convertirme en rey”, pensaba el intrépido príncipe mientras se adentraba en el bosque. Justo en ese momento, se topó con un duendecillo que atravesaba el camino.
– He sabido que vuestro padre ha enfermado terriblemente. Pero desde ahora les digo que lo único que podrá sanarle es el agua de la vida. Vayan pronto a buscarla y lo podrán salvar.