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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

el rio azul
Foto enviada por cuenka

Un buen día, mientras los tres muchachos caminaban entristecidos por el palacio, se apareció un anciano vestido con ropas andrajosas. Enseguida, dos de los príncipes quisieron echarlo, pero el menor de ellos se compadeció y le escuchó.
El agua que cura todo

Tres príncipes jóvenes veían cómo su padre, el rey, agonizaba en una cama gravemente enfermo. Ni siquiera los mejores curanderos de la región habían podido sanar al pobre rey, ninguna pócima, por mágica que fuera, le había devuelto la sonrisa.
Y se pusieron muy malitos,
y se pusieron muy malitos,
y se tuvie-vie-vieron que volver,
y se tuvie-vie-vieron que volver,
¡oe! ¡oe! ¡oe! ¡oe! ¡oe! ¡oe!
Y prepararon calcetines,
y prepararon calcetines,
con salsa blan-blan-blanca y al jerez,
con salsa blan-blan-blanca y al jerez,
¡oe! ¡oe! ¡oe! ¡oe! ¡oe! ¡oe!
Lo primero que ahora tengo que hacer
--se dijo Alicia, mientras vagaba por el bosque
--es crecer hasta volver a recuperar mi estatura. Y lo segundo es encontrar la manera de entrar en aquel precioso jardín. Me parece que éste es el mejor plan de acción.
Parecía, desde luego, un plan excelente, y expuesto de un modo muy claro y muy simple.
La única dificultad radicaba en que no tenía la menor idea de cómo llevarlo a cabo. Y, mientras miraba ansiosamente por entre los árboles, un pequeño ladrido ... (ver texto completo)
-- ¡Me ha confundido con su criada!
--se dijo mientras corría
--. ¡Vaya sorpresa se va a llevar cuando se entere de quién soy! Pero será mejor que le traiga su abanico y sus guantes...
Bueno, si logro encontrarlos.
Mientras decía estas palabras, llegó ante una linda casita, en cuya puerta brillaba una placa de bronce con el nombre «C. BLANCO» grabado en ella. Alicia entró sin llamar, y corrió escaleras arriba, con mucho miedo de encontrar a la verdadera Mary Ann y de que la echaran de la casa ... (ver texto completo)
Cuando el Ratón oyó estas palabras, dio media vuelta y nadó lentamente hacia ella: tenía la cara pálida (de emoción, pensó Alicia) y dijo con vocecita temblorosa: --Vamos a la orilla, y allí te contaré mi historia, y entonces comprenderás por qué odio a los gatos y a los perros. Ya era hora de salir de allí, pues la charca se iba llenando más y más de los pájaros y animales que habían caído en ella: había un pato y un dodo, un loro y un aguilucho y otras curiosas criaturas. Alicia abrió la marcha ... (ver texto completo)
Porque el Ratón se alejaba de ella nadando con todas sus fuerzas, y organizaba una auténtica tempestad en la charca con su violento chapoteo. Alicia lo llamó dulcemente mientras nadaba tras él: -- ¡Ratoncito querido! ¡vuelve atrás, y no hablaremos más de gatos ni de perros, puesto que no te gustan!
-- ¡Hablaremos dices! chilló el Rat6n, que estaba temblando hasta la mismísima punta de la cola--. ¡Como si yo fuera a hablar de semejante tema! Nuestra familia ha odiado siempre a los gatos: ¡bichos asquerosos, despreciables, vulgares! ¡Que no vuelva a oír yo esta palabra! -- ¡No la volveré a pronunciar! -dijo Alicia, apresurándose a cambiar el tema de la conversación-. ¿Es usted... es usted amigo... de... de los perros? El Ratón no dijo nada y Alicia siguió diciendo atropelladamente--: Hay cerca ... (ver texto completo)
--Bueno, puede que no -dijo Alicia en tono conciliador-. No se enfade por esto. Y, sin embargo, me gustaría poder enseñarle a nuestra gata Dina. Bastaría que usted la viera para que empezaran a gustarle los gatos. Es tan bonita y tan suave --siguió Alicia, hablando casi para sí misma, mientras nadaba perezosa por el charco- -, y ronronea tan dulcemente junto al fuego, lamiéndose las patitas y lavándose la cara... y es tan agradable tenerla en brazos... y es tan hábil cazando ratones... ¡Oh, perdóneme, por favor! --gritó de nuevo Alicia, porque esta vez al Ratón se le habían puesto todos los pelos de punta y tenía que estar enfadado de veras--. No hablaremos más de Dina, si usted no quiere. ... (ver texto completo)
-- ¡Oh, le ruego que me perdone! --gritó Alicia apresuradamente, temiendo haber herido los sentimientos del pobre animal--. Olvidé que a usted no le gustan los gatos. -- ¡No me gustan los gatos! --exclamó el Ratón en voz aguda y apasionada--. ¿Te gustarían a ti los gatos si tú fueses yo?
Era la primera frase de su libro de francés. El Ratón dio un salto inesperado fuera del agua y empezó a temblar de pies a cabeza.
¿sabe usted cómo salir de este charco? ¡Estoy muy cansada de andar nadando de un lado a otro, oh, Ratón! Alicia pensó que éste sería el modo correcto de dirigirse a un ratón; nunca se había visto antes en una situación parecida, pero recordó haber leído en la Gramática Latina de su hermano «el ratón -- del ratón -- al ratón -- para el ratón -- ¡oh, ratón!» El Ratón la miró atentamente, y a Alicia le pareció que le guiñaba uno de sus ojillos, pero no dijo nada. «Quizá no sepa hablar inglés», pensó Alicia. «Puede ser un ratón francés, que llegó hasta aquí con Guillermo el Conquistador.» (Porque a pesar de todos sus conocimientos de historia, Alicia no tenía una idea muy clara de cuánto tiempo atrás habían tenido lugar algunas cosas.) Siguió pues: --Où est ma chatte? ... (ver texto completo)
-- ¡Ojalá no hubiera llorado tanto! --dijo Alicia, mientras nadaba a su alrededor, intentando encontrar la salida--. ¡Supongo que ahora recibiré el castigo y moriré ahogada en mis propias lágrimas! ¡Será de veras una cosa extraña! Pero todo es extraño hoy. En este momento oyó que alguien chapoteaba en el charco, no muy lejos de ella, y nadó hacia allí para ver quién era. Al Principio creyó que se trataba de una morsa o un hipopótamo, pero después se acordó de lo pequeña que era ahora, y comprendió que sólo era un ratón que había caído en el charco como ella. -- ¿Servirá de algo ahora --se preguntó Alicia-- dirigir la palabra a este ratón? Todo es tan extraordinario aquí abajo, que no me sorprendería nada que pudiera hablar. De todos modos, nada se pierde por intentarlo. --Así pues, Alicia empezó a decirle-: Oh, Ratón, ... (ver texto completo)
-- ¡De buena me he librado! --dijo Alicia, bastante asustada por aquel cambio inesperado, pero muy contenta de verse sana y salva--. ¡Y ahora al jardín! Y echó a correr hacia la puertecilla. Pero, ¡ay!, la puertecita volvía a estar cerrada y la llave de oro seguía como antes sobre la mesa de cristal. « ¡Las cosas están peor que nunca!», pensó la pobre Alicia. « ¡Porque nunca había sido tan pequeña como ahora, nunca! ¡Y declaro que la situación se está poniendo imposible!» Mientras decía estas palabras, ... (ver texto completo)