Aquello fue desastroso para el
circo. Al día siguiente, el jefe de pista le envió de nuevo al
mercado, donde un fabricante de tambores, que necesitaba una piel de burro para hacer un tambor, adquirió al desdichado y hambriento Pinocho por diez miserables monedas. Luego, el hombre condujo al infortunado burrito hasta la
playa, le colgó un enorme pedrusco en torno al pescuezo, le ató una cuerda a la pata delantera y le arrojó al
agua para que se ahogara.