¿tienes un restaurante?

ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Los tulipanes amarillos
Foto enviada por Qnk

Vamos a ver, señor espantajo, ¿qué parte quiere usted de la cosecha, la de abajo o la de arriba?

- ¿Qué, qué, qué?

-Quiero decir si prefiere la parte que crece por encima de la tierra o la que crece por debajo. Lo uno o lo otro. Rápido. Decida.

-Oh, yo quiero la parte de arriba, naturalmente. Vosotros os quedaréis con las raíces.

La sorpresa del espantajo se convirtió en carcajada limpia cuando sellaron con un apretón de manos el mutuo acuerdo.
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-Bueno, pues ahora soy yo el que está aquí -respondió Tomás-. Esta tierra es mía.

Se quedaron frente a frente. A juzgar por sus miradas desafiantes, ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder.

Entonces Berta dijo:

-Se me ocurre una idea. Tú, Tomás, plantas y él recoge la cosecha. Luego la repartís entre los dos.

-Hum... De acuerdo -dijo el tipo.
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- ¡Fuera de mi terreno! -gritó, agitando sus brazos como las aspas de un molino.

- ¿Su terreno?-dijo Tomás, dirigiéndose al personaje.

-Eso he dicho: mi terreno. Un terreno que antes de ser mío fue de mi padre, y del padre de mi padre y...

-Usted bromea -dijo Tomás-. Pagué mi buen dinerito por este terreno y firmé la escritura.

- ¡Tú lo que tienes que hacer es largarte! ¡Yo estaba aquí primero! -vociferó el espantajo lleno de rabia.
Tomás y Berta al oír estas palabras volvieron la cabeza y se quedaron pasmados al ver un enorme tipo peludo, parado a unos cuantos metros. Sus ojos parecían inyectados de sangre y su nariz era tan roja y redonda como una remolacha. Unas largas y puntiagudas orejas asomaban entre sus pelos, tiesos como las púas de un erizo. Le cubrían unas barbas tan enmarañadas como las matas de espino.

Vestía una ropa andrajosa y por los agujeros de sus harapos asomaban las rodillas y los codos llenos de pelos. ... (ver texto completo)
El espantajo peludo

Hubo una vez un granjero llamado Tomás que compró una tierra a un precio bajísimo.

El espantajo peludo

-Parece demasiado barato -dijo Berta, su esposa-. ¿No crees que puede haber algún truco?

-Claro que no, mujer-respondió Tomás-Se trata de un buen terreno. Y es mío. ¡Todo mío!
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