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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Las ventanas con la foto de la Virgen
Foto enviada por Qnk

Aladino le pidió al tío que no se preocupara, y rápidamente se coló por el estrecho agujero. Desde el primer momento, el muchacho quedó deslumbrado con todas las cosas que encontró en el interior de aquella cueva: piedras preciosas, objetos enormes de oro macizo, monedas de plata y joyas exquisitas.
– Ahora debes seguir tu sólo Aladino. Si entras por ese agujero hasta el final podrás ver una vieja lámpara de aceite. Tráemela, por favor. Pero recuerda que no debes tocar más nada de lo que encuentres en esa cueva.
– No te preocupes muchacho. Si me haces un favor te recompensaré con una moneda de oro.

– ¿En serio, tío? – exclamó Aladino muy entusiasmado – haré lo que me pidas.
– ¿No me recuerdas? Soy tu tío. He estado ausente durante mucho tiempo, pero por tu aspecto puedo ver que no la has pasado muy bien.

Aladino se sintió afligido por las palabras de su tío, porque en verdad, tanto él como su madre eran muy pobres.
– Hola muchacho, tu eres Aladino. ¿Cierto?

– Si, ¿Cómo es que conoces mi nombre? – preguntó el chico asustado.
Un buen día, mientras Aladino se paseaba por el mercado, se encontró con un hombre alto y delgado vestido de negro que le llamó por su nombre.
A la caída de la tarde, el hambriento chico regresaba a casa con lo poco que había encontrado para compartir con su madre en la pequeña casita.
Todos los días del mundo Aladino se levantaba bien temprano en la mañana para recorrer las calles del reino en busca de comida.