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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

El pasodoble de la tarde
Foto enviada por Qnk

Total, que con un ruido sordo, las puertas de la cárcel se cerraron tras Pinocho, el muñeco que no sabía elegir a sus amigos.
—Eres un bobo, Pinocho, y los bobos merecen ser engañados. Puesto que has perdido cuatro monedas de oro, irás a la cárcel y permanecerás allí cuatro meses.
Con las risotadas del loro resonando en sus oídos, Pinocho regresó a Trampa de los Bobos y se personó en el Tribunal del pueblo para reclamar justicia. Una vez en presencia del presidente del tribunal, un viejo y sabio gorila, acusó al gato y al zorro de fraude y robo. Cuando el juez hubo escuchado las pruebas, golpeó la mesa con su mazo y dictó sentencia:
—Pero mira que eres tonto, casi me muero de risa al verte plantar el oro. El zorro y el gato, los muy astutos, regresaron nada más irte tú, cogieron las monedas y huyeron.
Con una terrible sensación de aesaliento, Pinocho se apresuró a volver al lugar donde había enterrado las monedas. El hoyo había sido excavado de nuevo ¡y estaba totalmente vacío! Pinocho cayó de rodillas completamente desesperado y oyó una risotada que provenía del árbol que había tras el. Se volvió y vio a un loro enorme, limpiando y componiendo sus plumas.
Pinocho regresó caminando a Trampa de los Bobos y miró la hora en el reloj de la iglesia. Transcurridas casi las dos horas, corrió a recoger su oro. Tenía la cabeza llena de proyectos acerca de cómo lo gastaría. También ayudaría a Geppetto, por supuesto. Mas al llegar al campo, no vio nada. Absolutamente nada.
Con esto, los tres se estrecharon la mano y se despidieron amistosamente.
—No necesitamos ninguna recompensa. Nos basta con verte tan próspero y satisfecho.
Pinocho no sabía cómo darles las gracias a sus amigos. Quería que se quedaran y se llevaran por lo menos mil monedas nuevas como recompensa por su ayuda. Pero el gato se negó en redondo.
—Bueno, echa un poco de agua por encima, hombre. Perfecto. Ahora nos vamos, pero si regresas dentro de un par de horas hallarás un arbusto asomando por la tierra, ¡con sus ramas cargadas de monedas de oro!
— ¿Esto es todo lo que tengo que hacer?
—Por fin hemos llegado —dijo jadeando el zorro—. Ahora arrodíllate y cava un agujerito. Eso es; ahora mete dentro las monedas. Echa sobre ellas este pellizco de sal y vuelve a llenar el hoyo.
Tras una larga caminata, que les llevó medio día, llegaron a una población llamada Trampa de los Bobos, donde las calles se hallaban atestadas de pobres mendigos. Tras cruzar la ciudad llegaron a un campo desierto.
Podéis adivinar lo que sucedió. En seguida Pinocho se olvidó de Geppetto y se puso en camino hacia el campo de los milagros con el zorro y el gato.
Pinocho volvió a relatar su historia, mientras los dos taimados animales simulaban asombro. ¡Que cariacontecidos se mostraron al oír su relato! ¡Y cómo se ofrecieron a ayudarle!