Pero si es nuestro querido Pinocho —exclamó el zorro, abrazándole con fuerza—. ¿Qué haces aquí?
Pinocho se despidió del hada con un beso y atravesó apresuradamente el bosque. Pero al pasar junto al árbol del que le habían colgado los ladrones, se topó con el zorro y el gato.
—Yo también te quiero, Pinocho, y siempre te protegeré. Pero ahora debes olvidarte del campo de los milagros y volver a casa con tu papá, Geppetto. Está muy preocupado por ti.
—Qué amable eres, hada —dijo Pinocho— Te quiero mucho.
El pobre Pinocho estaba desolado y el hada tuvo que reprimir la risa. Así que llamó a una bandada de pájaros carpinteros para que le recortaran la nariz y se la dejaran a su tamaño natural.
—Estás mintiendo, Pinocho —dijo el hada sonriendo—. Cada vez que dices una mentira tu nariz se alarga.
Con esta enorme mentira, su nariz se hizo tan larga que no podía ni volverse. Cuando se giraba hacia la derecha, su nariz chocaba con la cama. Y si se giraba a la izquierda, chocaba con el cristal de la ventana.
—Pues… en el bosque. No, ya me acuerdo. No lo perdí. Me lo he tragado.
— ¿Y dónde lo has perdido?
En el acto le empezó a crecer la nariz.
—Pues… ¡lo he perdido! —dijo Pinocho.
— ¿Pero dónde está ahora el oro? —preguntó el hada.
Le contó al hada toda la historia y se jactó de lo listo que había sido al ocurrírsele esconder el oro en la boca.
Unos minutos más tarde. Pinocho se sintió restablecido por completo. Los muñecos de madera nunca permanecen enfermos mucho tiempo.