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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Marcando el camino
Foto enviada por Qnk

pequeña fiesta en su honor. Al día siguiente, en el momento de despedirse, hizo dos cosas. Primero le entregó a Ulises una bolsa que contenía todos los vientos malos. Después, los saludó varias veces con la mano, ordenando al mismo tiempo a los vientos buenos que empujaran la embarcación y la orientaran bien, por la buena ruta.
Ulises vigilaba atentamente el desarrollo del viaje. Pero, como estaba muy cansado, se durmió, después de apoyar la cabeza en los brazos.
La próxima parada de Ulises fue en la isla de Eolo, el rey de los vientos.
Éste, a diferencia del Cíclope, era amable y gentil con las visitas.
A los viajeros los convidó con ricos alimentos y los abrigó con buenas ropas, y les preparó también mullidas camas para dormir por la noche. También les hizo una
-Si nadie te hirió, debe de ser un castigo de los dioses -le hicieron observar sus amigos, retirándose cada cual a su trabajo y dejándolo solo.
Así quedó ciego y engañado Polifemo, víctima del astuto Ulises, a quien él había querido devorar.
- ¡Nadie me hirió! -gritó Polifemo, indignado.
- ¿Quién?
- ¡Nadie!
Cuando la punta estuvo al rojo vivo, la clavó en el ojo del gigante borracho, que bramó de dolor. Los gritos de rabia eran tan fuertes y agudos, que todos los Cíclopes del lugar corrieron a ver qué ocurría, mientras Ulises y sus compañeros huían hacia la nave, que los esperaba meciéndose al vaivén de las olas, a orillas del mar.
- ¿Qué te pasa amigo? -le preguntaron los gigantes al herido, que se había quedado ciego.
El Cíclope no se hizo rogar. Tomó una jarra tras otra, hasta caer borracho y quedar dormido como un ceporro.
Aprovechando el sueño profundo del Cíclope, Ulises tomó una larga estaca de madera y hundió su extremo en el fuego.
Después les preguntó cómo se llamaba el jefe de todos ellos.
-Me llamo "Nadie" -mintió Ulises, que desconfiaba de aquel interrogatorio.
- ¡No me gusta ni tu nombre, ni la cara de tus compañeros! Por lo tanto, ahora me comeré dos de ellos, y al resto los dejaré encerrados un ratito más, hasta que me venga de nuevo el hambre -amenazó Polifemo contento.
- ¡Espera! -le gritó Ulises, asustado del peligro que corrían-. ¡Toma antes este vino que te ofrezco!
Por eso, en cuanto vio desembarcar a Ulises y sus compañeros, los tomó prisioneros, encerrándolos en su amplia cueva.
Allí, mirándolos con su enorme ojo solitario, les preguntó de dónde venían.
-De Troya -contestaron en seguida los viajeros.
El primer obstáculo en su travesía fue Polifemo, el gigante.
Polifemo, más que gigante, era un Cíclope, porque tenía un solo ojo redondo, en medio de la frente. Y no era un Cíclope cualquiera. Era el más importante de todos ellos: el que tenía más ovejas, la cueva más grande, más quesos y más jarras de leche en ella.
Tenía, además, unos gustos muy especiales: adoraba el vino y detestaba el hígado frito. No le gustaban los reyes, ni tampoco los héroes.
Pronto volveré a ver a mi querida Penélope -pensaba recostado en la borda de su barco-. Se le debe de haber vuelto blanco el cabello de tanto esperarme.
Se sentía ansioso. No sabía, ni se imaginaba, que antes de ver a Penélope tendría que enfrentarse con muchos, muchísimos peligros cuya duración no sería corta ni pequeña, sino larga, muy larga. ¡Sí, unos cuantos años más separarían todavía a Ulises de su adorada esposa Penélope!
Joven aún se había despedido de ella para ir como combatiente a la guerra de Troya.
Volvía viejo, porque la guerra había durado tantos años, que no le bastaban los dedos de la mano para contarlos.
Cuando los pedroñeros llegan al rótulo de San Andarín, todos damos por hecho que, una de sus ilusiones ya se ha visto cumplida. ¡Vivan Las Pedroñeras Y Alconchel de la Estrella.