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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

En el patio de la ermita
Foto enviada por Qnk

Pasó una hora, y otra más, y la puerta seguía sin abrirse. Pinocho estaba muerto de frío, así que volvió a llamar. Esta vez se abrió una ventana en el tercer piso y volvió a asomarse el caracol.
— Está durmiendo y no debo despertarla. Pero bajaré a abrirte.
— Soy yo, Pinocho. ¿Está el hada?
— ¿Quién anda ahí a estas horas de la noche? —preguntó.
Cuando Pinocho llegó a casa del hada había anochecido y se sentía muy cansado y hambriento. Al llamar a la puerta, nadie respondió. ¿Le habría abandonado el hada otra vez? Esperó y esperó. Por fin, al cabo de media hora, se abrió una ventana en el piso superior y se asomó un enorme caracol que llevaba una vela encendida en la cabeza.
— ¿Qué va a decirme? —se preguntaba inquieto— Seguro que no me perdonará. Y me estará bien empleado. Siempre prometo que voy a ser bueno y nunca lo soy. ¡Jamás seré un chico de verdad!
Se había hecho tarde, y Pinocho estaba impaciente por llegar a casa. De camino al pueblo pasó junto a la casita del anciano, donde le informaron que el chico herido se había recuperado y que la policía ya no le buscaba. Aquello era un gran alivio, pero le preocupaba tener que confesar al hada su travesura.
Antes de partir en busca de sus amos, Alidoro lamió al muñeco afectuosamente.
—Tú me salvaste primero, ahora yo te he salvado a ti. En este mundo debemos ayudarnos los unos a los otros.
Alidoro llevó a Pinocho a la playa donde se había iniciado su aventura.
El fiel perro dio un salto, arrebató al muñeco de las manos del pescador y salió corriendo de la cueva.
— ¡Sálvame, Alidoro! —gritó Pinocho, esforzándose por librarse de las garras del gigante.
— ¡Fuera de aquí! —gritó el pescador.
En esto sonó un fuerte ladrido y el perro Alidoro entró en la cueva, atraído por el sabroso olor a pescado frito.
Envolvió a Pinocho en harina, bien sazonado con sal y pimienta, y lo sostuvo sobre la sartén.