Y el erizo se fue, pues la liebre se mostró conforme. Por el
camino iba pensando el erizo: «La liebre confía mucho en sus largas piernas, pero yo le daré su merecido. Es, ciertamente, toda una señora, pero no por eso deja de ser una estúpida; me las pagará». Cuando llegó a su
casa dijo a su mujer: