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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

MORTADELO, ¡Ojo con la anciana!
Foto enviada por eufra7dos@hotmail.com

-Eso pienso -dijo la liebre.
- ¿Acaso te imaginas -replicó el erizo- que las tuyas son mejores en algo?
Tal respuesta indignó enormemente al erizo, que lo toleraba todo excepto las observaciones sobre sus piernas, porque era patizambo por naturaleza.
- ¿De paseo, eh? -exclamó la liebre, rompiendo a reír-. A mí me parece que podrías utilizar tus piernas con más provecho.
-Voy de paseo -respondió el erizo.
- ¿Cómo es que andas tan de mañana por los sembrados?
Cuando el erizo vio a la liebre le deseó amablemente muy buenos días. Pero la liebre, que era a su modo toda una señora, llena de exagerada arrogancia, en vez de devolverle el saludo le preguntó, haciendo una mueca, con profundo sarcasmo:
No muy lejos de su casa, cuando se disponía a rodear el soto de endrinos que cercaba el campo para llegar hasta sus nabos, le salió al paso la liebre, que iba ocupada en parecidos asuntos: ella iba a ver cómo estaban sus coles.
El erizo estaba en la puerta de su casa, mirando al cielo distraídamente mientras tarareaba una cancioncilla, tan bien o tan mal como suele hacerlo cualquier erizo un domingo por la mañana, cuando se le ocurrió de repente que, mientras su mujer vestía a los niños, podía dar un pequeño paseo por los sembrados, para ver cómo iban sus nabos. El sembrado estaba muy cerca de su casa y toda la familia comía de sus nabos con frecuencia; por eso los consideraba de su propiedad. Y, en efecto, el erizo se ... (ver texto completo)
Sucedió un domingo de otoño por la mañana, precisamente cuando florecía el alforfón. El sol brillaba en el cielo, el viento mañanero soplaba cálido sobre los rastrojos, las alondras cantaban en los campos, las abejas zumbaban sobre la alfalfa y la gente iba a oír misa vestida con el traje de los domingos. Todas las criaturas se sentían gozosas y también, por supuesto, el erizo.
La liebre y el erizo

Tenéis que saber, muchachos, que esta historia, aunque se cuente de mentirijillas, es totalmente verdadera, pues mi abuelo, que me la contó a mí, siempre decía: «Ha de ser cierta, hijo mío, pues de lo contrario no podría contarse». Y así fue como ocurrió: