No, nunca —contestó el profesor—. Lo guardaremos en secreto. Y no pienso sacarme la chaqueta ni para dormir. Quiero tener sueños maravillosos
— ¿Les dirás que fuiste tú que derramabas pinturas sobre las nubes? —preguntó ella.
—Escucha esto, querida: “Una lluvia de colores cae cerca de París.” “ ¡Los científicos no aciertan a explicárselo!”
La señora Popof se puso muy contenta al verle y oírle relatar todas sus aventuras. Y rió de buena gana cuando él le leyó, mientras desayunaban, el periódico.
Y así, al anochecer, el profesor se elevó por encima de las luces centelleantes de la Ciudad de la Luz. Agotado después de tantas emociones, no tardó en quedarse dormido. No se despertó hasta aterrizar en el jardín de su casa. El porrazo que se dio fue de época.
La magia surgio efecto de inmediato en menos de un minuto se hallaba ya en París reunido con sus colegas. “Esta chaqueta vuela más rápido que un avión”, pensó. “Podría regresar a casa esta noche volando y llegar a tiempo para el desayuno.”
—Vaya por Dios —dijo el profesor—. Ojalá me encontrara ya en París.
Cuando el profesor se aproximaba a París, el viento, que soplaba muy fuerte, hizo volcar los botes de pinturas y éstas se derramaron sobre las nubes.
Al poco rato, el profesor decidió reemprender el viaje. Los niños le observaron entusiasmados mientras despegaba del patio de recreo y desaparecía entre las nubes. El viento comenzó a soplar y el profesor extendió los brazos para no perder el rumbo.
—Son mis colores preferidos -dijo el profesor—. Rojo, verde, azul, amarillo, púrpura y naranja. Muchísimas gracias.
—Nosotros le daremos unos botes -dijeron los niños.
- ¡Cómo me gustaría tener pinturas como éstas!
Al ver sus pinturas dijo:
Mientras ella estaba ausente, el profesor se entretuvo jugando con los niños.
Pero supuso que sería el inspector de la escuela, y salió en busca de un poco de café y unas galletas.