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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

El árbol de los nidos
Foto enviada por Qnk

De forma paulatina y poco a poco, con el paso del tiempo, habían intentado acercarse a la doncella. Así fue como se programó una expedición a una isla, en la que los tres deseaban disfrutar de una agradable jornada de pesca. El equilibrio en esta relación era precario, pues ganar terreno se hacía a costa del otro, y viceversa. Así pues, resultaba más que obvio que durante la pesca uno iba a sufrir en sus carnes más desprecio que otro por parte de la joven.
La doncella Elfa

Hasta los hombres más buenos pueden corromperse ante el poder de sentimientos como el amor. Qué tragedia el ver a uno consumido por el odio a su semejante. En esta tesitura se encontraba uno de nuestros protagonistas, quien había encontrado en su compañero rivalidad por la mujer a la que amaba. Y es que ambos habían quedado hechizados por su embrujo, se habían enamorado de la misma doncella.
También la Desdicha se había escapado del tarro.
Y Pandora, que no había conocido en su vida un trato tan duro, sintió que por primera vez se le llenaban los ojos de lágrimas.
— ¡Malvada! ¡Eres desobediente, estúpida y egoísta! —gritó furioso—. Te dije que no debías abrir la caja. ¿Por qué no haces lo que te mandan?
Epimeteo obligó a su mujer a ponerse en pie y la abofeteó.
Con un último esfuerzo, Pandora logró meter de nuevo el tapón y cerró la tapa de la caja, pero antes habían escapado ya del tarro la Inquietud, la Ira y los Celos, que bajaron por el sendero y se posaron sobre la cabeza de Epimeteo en el preciso instante en que éste llegaba a casa.
Una gélida ráfaga del Invierno se escapó del tarro y sopló sobre ella haciéndola temblar de frío.
El tapón se volvió más y más pesado en manos de Pandora, hasta el extremo de que no pudo sostenerlo y cayó al suelo; en el dorso de su brazo aparecieron las arrugas y manchas propias de la vejez. Al mirarse en un espejo de bronce vio su rostro arrugado y su cabello salpicado de canas.
— ¡Estúpida, ya no puedes detenernos! Somos las cosas perversas que tu mundo jamás ha conocido; constituimos un presente de los dioses, que envidian vuestra felicidad. ¡Yo soy la Vejez!
Un mosquito, del color de la escarcha, salió volando por la ventana y agostó el jardín, convirtiendo flores y césped en espinas y cizaña, pulgones y orugas. Su plañido parecía decir ¡Hambre! Pandora trató desesperadamente de volver a colocar el tapón, pero una avispa le picó en la muñeca y exclamó con aires de victoria:
Le siguió otro insecto de alas membranosas y ojos saltones, murmurando Temor. Luego salió del tarro una sabandija, y su rastro de baba trazó en el suelo la palabra Enfermedad.
El tapón salió disparado, impelido por una horrible avispa negra. Su aguijón derramaba veneno. En su zumbido había la palabra Muerte.
La tentación era demasiado poderosa y Pandora no supo resistirse a ella. Rápidamente, retiró el sello de cera.
— ¡Y qué sabe Epimeteo! ¡Por favor, por favor, déjanos salir! El mundo nos necesita. ¡El mundo no está completo sin nosotros!