De rodillas, Pandora le preguntó a través de sus lágrimas:
La esperanza llevó al helado jardín la promesa de la primavera y enjugó muchas de las lágrimas del mundo. Al partir, rozó la mejilla de Epimeteo.
—Yo soy la Esperanza —murmuró la pequeña y alada criatura, y se alejó volando para plantarles cara a todos aquellos males horrendos.
— ¿Qué clase de linda y perversa criatura eres tú?
De éste salió volando una frágil y diminuta criatura blanca, parecida a una polilla. Al posarse sobre el rostro de Pandora, ésta se sintió más animada y preguntó:
La vocecilla sonaba casi tan lastimera como la de la propia Pandora. Por fin, ésta rogó a Epimeteo que se hiciera a un lado, abrió la tapa de la caja y destapó el tarro.
—Pero es que yo puedo ayudarte. ¡Déjame salir! ¡Por favor, déjame salir!
— ¡No volveréis a engañarme! —sollozó Pandora, arrojándose sobre la tapa de la caja.
— ¡Pandora! ¡Pandora! ¡No me dejes aquí sola! ¡El mundo me necesita! ¡El mundo no está completo sin mí!
Entonces Pandora oyó una diminuta voz que provenía del interior del tarro:
En la calle se escuchó un tremendo ruido de peleas y llantos terroríficos. Todo aquel hermoso mundo parecía haberse vuelto horrible, feo y malvado.