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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

El chocolate de la merienda
Foto enviada por eufra7dos@hotmail.com

— ¿Cómo es que vale más para ti que un baúl lleno de oro? —preguntó el soldado—. Dime el secreto de la cajita o me la quedaré yo.
La vieja tardó mucho en subirlo por el árbol hueco. En cuanto sus pies tocaron tierra nuevamente, ella le pidió que le entregara la cajita de yesca.
Se llenó los bolsillos con monedas de oro hasta el punto de que apenas podía moverse. Tras muchos esfuerzos, volvió a colocar al enorme perro sobre el baúl. Tenía los pantalones y la chaqueta llenos de oro. Cuando por fin halló la cajita de yesca de la bruja, tuvo que metérsela debajo del sombrero.
El enorme animal asustó al soldado, pero armándose de valor lo levantó del baúl y tras no pocos esfuerzos lo colocó sobre el delantal. Alzó la tapa del baúl y halló en su interior el oro que andaba buscando.
Detrás de ella había otro baúl, y aunque el soldado ya había visto a dos perros muy extraños, soltó una exclamación de asombro al ver al tercero: — ¡Caramba! ¡La bruja pudo haberme avisado de que el tercer perro tenía unos ojos grandes como ruedas de carreta!
Detrás de ésta había otro baúl, y un perro con unos ojos del tamaño de platos soperos. —La bruja no me dijo nada acerca de tus ojos —exclamó el soldado, mientras levantaba al perro y lo depositaba sobre el delantal—. ¡Qué extraña visión del mundo debes de tener! Comprobó que el baúl estaba repleto de monedas de plata, depositó al perro nuevamente sobre la tapa, y se apresuró hacia la tercera puerta.
Levantó al perro con cuidado y lo colocó sobre el delantal de la bruja, y el animal le lamió la cara y le miró con sus enormes ojos. El soldado comprobó que el baúl estaba repleto de monedas de cobre, y luego volvió a colocar al perro sobre la tapa del baúl. Estaba impaciente por llegar a la segunda puerta.
— ¡Vaya! —exclamó el soldado— Me dijo que habría un perro guardando cada uno de los baúles, pero no me dijo que el primero tenía unos ojos grandes como platillos.
Despacio, abrió la primera puerta. Y, tal como le dijera la bruja, vio un baúl de marinero.
El soldado descendió a través de la oscuridad del árbol hueco hasta que de pronto sus pies tocaron tierra. Por un momento se quedó deslumhrado por la luz de cien lámparas, pero entonces vio que se hallaba en una inmensa sala con tres puertas.
—No, muchacho, puedes quedarte con todo —respondió la bruja—. Lo único que quiero es mi cajita de yesca. Me la dejé olvidada la última vez que bajé allí. Ten, no olvides mi delantal, o te morderán los perros. ¡Y no olvides volver a colocar a cada perro sobre el baúl correspondiente!
— ¿Y la tercera puerta?

—Detrás de la tercera puerta hay un baúl lleno de monedas de oro, guardado por un tercer perro.

—Ese es el que quiero —dijo el soldado, atándose la cuerda alrededor de la cintura y saltando a la rama inferior del árbol—. Supongo que tú querrás compartir el tesoro conmigo, ¿no, vieja?
—Pero el cobre no me hará rico. ¿Qué hay detrás de la segunda puerta? —preguntó el soldado.

—Detrás de la segunda puerta hay un baúl lleno de monedas de plata. Está guardado por un perro todavía más grande sentado sobre la tapa. Pero no temas. Pon al perro sobre mi delantal y podrás llevarte la plata.
—Este roble está hueco. Yo soy ya demasiado vieja y mis miembros están demasiado entumecidos para bajar por él. Pero puedo atarte una cuerda a la cintura y bajarte hasta el cuarto secreto. Allí descubrirás tres puertas. Detrás de la primera puerta hay un baúl de marinero lleno de monedas de cobre. Está guardado por un enorme perro sentado sobre la tapa. Pero no temas. Para abrir el baúl, no tienes más que extender mi delantal sobre el suelo y colocar encima al perro.
— ¿Ah sí? Pues dime cómo puedo hacerme rico

La vieja bruja tocó el roble y contestó: