Al elevarse más el sol, Elisa vio ante sí, a lo lejos, flotando en el aire, una tierra montañosa, con las
rocas cubiertas de brillantes masas de hielo; en el centro se extendía un
palacio, que bien mediría una milla de longitud, con atrevidas columnatas superpuestas; debajo ondeaban palmerales y magníficas
flores, grandes como ruedas de
molino. Preguntó si era aquél el país de destino, pero los cisnes sacudieron la cabeza negativamente; lo que veía era el soberbio
castillo de nubes de la Fata Morgana,
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