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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Nevada en diciembre
Foto enviada por eufra7dos@hotmail.com

Buenas tardes alconcheleros y foreros.
Es casi seguro que cuando, después de esta nevada de la foto, llegó el deshiele, en los canales de las tejas se podían ver, igual que hace años, los carámbanos de hielo de los caía gota a gota el agua fría y cristalina. En lo único que se diferenciará será que entonces, las gotas de agua iban minando el suelo dejando bajo cada canal "un hondo"; ahora, con las aceras, canalones, y pavimentación de las calles, el agua corre libremente hasta llegar a las rejillas ... (ver texto completo)
Gulliver dio las gracias al capitán por haberle salvado; con el galeón bajo el brazo, descendió a su camarote. ¡Por primera vez en varios meses, iba a dormir en una cama! Durante el largo viaje a casa, se sentó todas las noches a cenar en la mesa del capitán y le contó sus extraordinarias aventuras en Liliput.
En seguida despacharon un bote para recogerle.
Primero pensó que era un barril que había caído al mar, pero después vio a Gulliver.
Entonces, desde lo alto del palo mayor de un barco mercante, un marinero descubrió el galeón con su catalejos.
Después de un rato, trepó al galeón. Era del tamaño de una cuna y se veía obligado a sacar los brazos y las piernas por el borde. El viento y la corriente del agua lo llevaron a través del océano. Arrullado por el suave movimiento del galeón, Gulliver cayó en un profundo sueño.
Cargó su chaqueta, su pistola y su sombrero en el galeón, lo sacó del pequeño puerto y salió nadando al mar. No miró atrás ni una sola vez; lo único que oía era el sonido de las olas a su alrededor.
Gulliver recogió sus escasas pertenencias y atravesó corriendo la ciudad hasta el puerto. Allí se encontraba el galeón real de Golbasto, que era el barco más grande de toda la flota liliputiense.
—Pero como has traicionado a la nación de Liliput, los arqueros reales te arrancarán los ojos con sus agudas flechas, mañana al mediodía. ¡Dios salve a Golbasto!
Gulliver se puso de pie y miró al heraldo.
-Oh, Hombre Montaña, extranjero y traidor —leyó en un pergamino—, el glorioso emperador Golbasto ha decidido perdonarte la vida.
Enviaron al heraldo de la corte a anunciar el castigo. Gulliver acababa de volver de Blefuscu y se había echado al sol mientras se le secaban las ropas. El heraldo se detuvo junto a su oreja y tocó una rara trompeta.
Bueno -replicó Golbasto—, en vez de eso, le arrancaré los ojos.
—No creo que tengamos que matar al Hombre Montaña, Majestad.
El primer ministro señaló que les era muy útil tener un gigante a su servicio.