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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

puerta del molino
Foto enviada por LUIS ANGEL

EL RATÓN Y EL ELEFANTE. Cuento del Tíbet

Una vez, un ratón cayó en una tina de la que no lograba salir. Por más que chillaba lastimosamente, nadie lo oía. El pobrecito pensaba ya que aquella tina sería su tumba, pero un elefante llegó a pasar por allí y consiguió sacarlo de su trompa.
-Gracias, elefante. Me has salvado la vida. Sabré demostrarte mi gratitud.
El elefante se echó a reír diciendo:
- ¿Y cómo lo harás? No eres más que un ratoncito.
Un tiempo después, unos cazadores capturaron ... (ver texto completo)
—Yo también me alegro de verte, Pinocho. ¿Te quedarás ahora conmigo como un buen chico? — ¡Sí, lo prometo!
El hada sonrió y le acarició la cabeza, luego le tomó en brazos y lo besó.
Y con esto se tiró al suelo y se abrazó a sus rodillas.
— ¡Oh, hada, si eres tú! ¡Estás viva! Pensé que te había perdido para siempre, como a mi papá. No sabes cuán desgraciado me sentía. No vuelvas a hacerme llorar, por favor.
Cuando hubo terminado, levantó la vista y miró a la joven… ¡Allí, ante él, vio el mismo rostro, con el mismo cabello y los mismos ojos, que había creído que nunca más volvería a ver!
Subieron por el camino cargados con los pesados cubos, y tan pronto como entraron en la casa, la joven dio a Pinocho un pedazo de pan, estofado y budín de almíbar. El muñeco lo devoró todo como si jamás hubiera probado bocado.
—De acuerdo. Llevaré el cubo más pequeño hasta tu casa.
Pinocho tenía tanta hambre que no pudo resistirse.
— ¡Te daré un pedazo de budín de almíbar! —replicó la joven.
—Pero yo odio trabajar. ¡No soy un burro de carga!
—Si me ayudas a transportar estos cubos, te daré también un poco de pan y estofado.
Pinocho bebió con tal ansia, que se diría que era la primera vez que bebía agua.
Esto no es para mí pensó Pinocho, yo detesto trabajar, como estaba muy sediento, le preguntó a una joven, que acarreaba dos cubos de agua, si podía tomar un trago.
Pobre Pinocho! Primero pierde al hada y ahora a su padre, Geppetto. Se vistió y con el corazón abrumado por el dolor echó a andar por el camino que arrancaba de la playa. Al cabo de una hora llegó a un lugar llamado Pueblo de la Abeja Industriosa, donde las calles estaban atestadas de gente afanándose en su trabajo. No había nadie desocupado.