Como el mismo rey había sido burlado no les castigó, y para evitarse la vergüenza de la derrota, no dijo nada a sus mujeres, que respiraron tranquilas, creyendo muerto al príncipe.
Mas éste no estaba muerto, sino que cabalgaba sobre Katar, brillando al sol su armadura, y golpeándole las piernas la hermosa espada.
Días y días cabalgó sin descansar, hasta que al fin Katar se detuvo a las
puertas de una rica ciudad, a la que afluían gran número de personas.