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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Anverso, billete 5€ 2002
Foto enviada por eufra7dos@hotmail.com

En el cielo, cuando Dios encargó a un ángel que le trajera de la tierra las dos cosas más bellas que encontrara, éste regresó con el corazón del Príncipe Feliz y el cuerpo de la golondrina.
En la fundición, el encargado estaba sorprendido: -Qué raro: por más que aumento la temperatura, el corazón de la estatua no se funde -y lo tiró a la basura, junto al cuerpo inerte de la golondrina.
-Y no hay oro recubriéndole, -dijo el alcalde- realmente no tiene sentido que siga siendo una estatua. ¡Fundidlo y haced una mía! Y tirad ese pájaro muerto a la basura.
-Ya no está el rubí que adornaba su espada añadió un tercero.
-Le faltan los zafiros de los ojos hizo notar otro.
Al día siguiente, el alcalde y los regidores de la ciudad se sorprendieron al ver la estatua: -Hay una golondrina muerta junto a él -observó uno de ellos.
Pero llegaron la nieve y el hielo, las láminas de oro se agotaban y a medida que aumentaba el frío, la golondrina estaba más y más débil, ya casi no podía volar. Reuniendo todas sus fuerzas, se alzó hasta besar los labios del Príncipe, y cayó muerta a sus pies.
- ¡Podremos comprar leña! -decían otros.
- ¡Ya podremos comer! -gritaban los pobres a los que encontraba la golondrina.
-Entonces golondrina, si te quedas a mi lado, arranca las finas láminas de oro que recubren mi cuerpo, y repártelas entre los que tengan hambre o frío, dáselas a ellos.
Al volver junto al Príncipe, la golondrina le anunció: -Ahora que estás ciego, voy a quedarme a tu lado para siempre -pues lo cierto es que, aunque debería estar junto a sus hermanas, contemplando la Esfinge de Egipto, se había enamorado de la estatua del Príncipe.
Una noche más el Príncipe pidió a la golondrina que se quedara para entregar el otro zafiro de sus ojos: -En la plaza hay una niña descalza y sin abrigo. Vende fósforos. Se le han caído en el barro y ahora no los puede vender. Su padre se enfadará si no lleva el dinero a casa. -Príncipe, entonces, ¡te quedarás ciego! -exclamó la golondrina, pero él asintió y ella entregó la joya a la niña, cuyos ojos se iluminaron de felicidad.
-Golondrina, si te quedaras una noche más conmigo, -dijo el Príncipe a la noche siguiente-, podrías llevar uno de los zafiros de mis ojos a aquel escritor que habita esa buhardilla: está hambriento y no tiene leña para calentarse, está tan débil que quizá no pueda entregar a tiempo la obra al director de teatro. -Debería estar en Egipto, junto a las pirámides, viendo a los leones bajar a beber al Nilo, pero haré como tú deseas -y se sintió realmente feliz al hacerlo.
-Golondrina, en una de las callejuelas, -prosiguió el Príncipe- hay una mujer bordando el vestido que lucirá una bella dama en el baile de Palacio. Su hijo llora, enfermo, en el lecho, y ella sólo puede darle agua, porque es muy pobre. Golondrina, por favor, llévale el rubí de mi espada. -Ya debería estar junto a mis compañeras sobrevolando el Nilo, pero lo haré -dijo la golondrina. Y al dejar el rubí junto a la costurera, sintió el calor de la satisfacción.
- ¿No te llaman el Príncipe Feliz? ¿Cómo es que lloras? -Lloro porque en vida era humano y vivía en la Mansión de la Despreocupación, alejado de la fealdad y la miseria. Lloro porque ahora, desde aquí arriba, puedo comprobar el sufrimiento que se extiende fuera de los muros de aquel lugar. Y lloro porque tengo los pies pegados a este pedestal, no puedo moverme. Pero… si tú quisieras ser mi mensajera...