-Golondrina, en una de las callejuelas, -prosiguió el Príncipe- hay una mujer bordando el vestido que lucirá una bella dama en el
baile de
Palacio. Su hijo llora, enfermo, en el lecho, y ella sólo puede darle
agua, porque es muy pobre. Golondrina, por favor, llévale el rubí de mi espada. -Ya debería estar junto a mis compañeras sobrevolando el Nilo, pero lo haré -dijo la golondrina. Y al dejar el rubí junto a la costurera, sintió el calor de la satisfacción.