Se acercaba el frío invierno, y las golondrinas comenzaban sus vuelos migratorios hacia Egipto. Una de ellas, que había postergado su partida, eligió la estatua del Príncipe Feliz como refugio. Acurrucada ya para dormir, sintió una gota en el pico. Después otra, y más tarde, otra más. Al alzar la vista, vio que los ojos de la estatua estaban llenos de lágrimas, y éstas eran las que caían sobre ella.