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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Billete 10€ 2002, anverso
Foto enviada por eufra7dos@hotmail.com

-Padre mío, si quieres, yo iré mañana a vigilarle -contestó ella.
Y a la mañana siguiente, le siguió de lejos y vio cómo se encaminaba a la montaña de la Serpiente y dejaba los rebaños en su falda paciendo a placer, dirigiéndose sin temor al encuentro del monstruo.
-Habría que espiar al nuevo pastor, pues no comprendo cómo en un solo día ha podido hacer cambiar de ese modo a los animales. Están gordísimos y lustrosos.
Luego, añadiendo: « ¡Dios me valga, pulga!», desapareció, para recobrar la forma natural en la falda de la montaña, donde recogió su rebaño y regresó a la casa de labranza, donde no salían de su asombro al ver a los animales tan gordos y relucientes.
A la mañana siguiente, cuando salió Miguelín con los rebaños hacia el monte, dijo el labrador a su hija:
Y león y serpiente lucharon con todo el brío posible.
Todo era espuma y sangre, silbidos y rugidos de coraje y amenaza.
Al cabo de un buen rato, rendidos y jadeantes, cesaron el combate y se separaron.
La Serpiente dijo rabiosa:
Si tuviese agua de la ría,
¡qué pronto, león mío, te mataría!
Al poco, la Serpiente llegaba como una exhalación.
Pero Miguelín, al conjuro de « ¡Dios me valga, león!» se había convertido ya en imponente fiera.
Anduvo, anduvo y, desde muchas leguas de distancia, cuando apenas había hollado los pastos verdes y húmedos, oyó el silbido espantoso de la Serpiente que se hallaba en la cima de la montaña.
-No te acerques a aquellas montañas cubiertas de verdor -le advirtió su amo al despedirle-. Hay en ellas una serpiente de colosal tamaño, que devora a cuantos pastores y rebaños intentan acercarse siquiera a cinco leguas. Por eso nuestros animales están flacos y en este pueblo la mortandad entre ellos es tremenda, ya que sus únicos pastos son aquellas otras montañas, áridas, y estériles, adonde has de dirigirte.
Pero Miguelín hizo todo lo contrario de lo que le habían aconsejado; es decir, se encaminó ... (ver texto completo)
-Vengo a ver si necesitan ustedes un mozo para la casa -dijo tímidamente.
La muchacha, prendida de la donosura de Miguelín, fue corriendo a avisar a su padre.
Y éste dio a Miguelín una plaza de pastor.
Vistiendo la tosca pelliza y el cayado en la mano, salió Miguelín al día siguiente, muy de mañana, tras los rebaños flacos y escuálidos
- ¿Qué deseas, hermoso doncel? -le preguntaron.
-Una plaza de pastor, sólo por la comida.
-Eres demasiado apuesto para eso -le contestaron.
Y le dieron con la puerta en las narices.
Por fin halló en las afueras del pueblo una casa de labranza de blancas paredes, donde llamó y salió a abrirle una linda muchacha.
Y anduvo, anduvo, durante tres días, siguiendo la dirección que le diera la princesita, hasta llegar al pueblo, cuyas señas retenía en la memoria, y que se hallaba enclavado ante un monte elevadísimo, cubierto de maravillosa vegetación.
Dejó caballo y perro en las cercanías y entró en el pueblo humildemente.
Llamó a la primera casa.
Allí volvió a su estado de hombre, para recoger el caballo y el perro, que, alejados cuanto podían de los tres gigantescos guardianes, le esperaban.
Montado en su alazán y seguido de su perro fiel, salió del bosque y del recinto del castillo, sin hacer caso de las voces con que pretendían detenerle los pájaros, los árboles y la fuente de plata.
Así lo haré -repuso Miguelín- mas será para ir al encuentro de esa monstruosa serpiente y si quieres que salga vencedor en la empresa -añadió-, prométeme que te casarás conmigo dentro de siete días, cuando te saque de este castillo.
Prometiólo así la Princesa, y Miguelín, convertido en paloma, voló, al bosquecillo a través de la ventana.
El huevo ha de dispararse con tan certera puntería que hiera al monstruo entre ceja y ceja, matándolo. Entonces quedaría desencantado el castillo. Pero también la serpiente es un monstruo maligno y poderoso: devora a todo bicho viviente que se atreve a acercarse a cinco leguas de ella. Créeme, conviértete en paloma ya que tal poder tienes, y sal por esa ventana antes de que den las doce de la noche y despierte el gigante, porque entonces no podrías librarte de sus iras.
-Nada podrás contra el gigante -contestó la princesita-. Ni tu cuchillo ni la garra del más fiero león. Sólo un huevo que se encuentra dentro de una serpiente que habita en el Monte Oscuro, en los Pirineos.
- ¡No llores, preciosa niña! -exclamó Miguelín-. En siete días puede volver a hacerse el mundo. Y no me tomes por tan poquita cosa. Para defenderte, tengo mi cuchillo de monte y si esto no bastara, puedo convertirme en león, en paloma o en pulga. Seca, pues, tus lágrimas y dime dónde está ese dormilón tragaprincesas, que ya me van entrando ganas de conocerlo.