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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Billete 10€ 2002, anverso
Foto enviada por eufra7dos@hotmail.com

Rodeaba al edificio un bosquecillo donde, posados en las ramas de sus árboles, cuyas hojas eran de oro o plata, según se reflejara en ellas, el sol o la luna, innumerables pajarillos de colores maravillosos saludaban al recién llegado; unos con burlonas carcajadas, otros con sus trinos más inspirados, otros con palabras de ánimo o de desesperanza.
Y he aquí que, después de muchas, muchísimas fatigas, llegó ante el suspirado «Castillo de Irás y No Volverás».
De oro macizo eran sus muros y de plata las rejas de sus ventanas y las cadenas de sus puertas; en lo alto de sus almenas, deslumbraban, al ser heridas por el sol, las incrustaciones de jaspe y lapislázuli, el ónix, el marfil, el ágata e infinidad de piedras preciosas.
Pero el hijo del pescador era firme de voluntad y duro de mollera y se había propuesto ir al castillo, aunque fuese preciso dejar la piel en el camino; así es que, sin pizca de temor, siguió cabalgando tres días con tres noches, al cabo de los cuales la lucecita parecía acercarse, ¡por fin!, ante sus ojos.
- ¿Podrías decirme, amigo, si está muy lejos de aquí el «Castillo de Irás y No Volverás»?
-Libre es el señor caballero de llegar a él -repuso el pastor, echando a correr como alma que lleva el diablo.
-Iré al «Castillo de Irás y No Volverás».
Al cabo de tres días y tres noches, se encontró con otro pastor.
- ¿De dónde procede esa luz?
El pastor respondió:
-Ese es el «Castillo de Irás y No Volverás».
Miguelín se dijo:
-Yo no tengo plumas ni pelos -dijo la pulga- pero puedo oírte dondequiera que digas: « ¡Dios me valga, pulga!» y convertirte en un ente tan poco envidiable y molesto como yo.
Miguelín volvió a montar a caballo y prosiguió su camino sin descansar, hasta que, al cabo de tres días y tres noches, vio brillar una lucecita a lo lejos.
Preguntó a un pastor que encontró:
Cuando quieras ser paloma y volar, no tienes más que decir: « ¡Dios me valga, paloma!»
Y agitando las alas, se remontó por el aire.
-Aquí tienes mi regalo; cuando digas: « ¡Dios me valga, león!», te convertirás en león, siempre que no pierdas este pelo. Para recobrar tu forma natural, no tendrás más que decir: « ¡Dios me valga, hombre!»
Marchóse el león, alta la frente, orgullosa la mirada, pero sin olvidar llevarse la liebre, y se internó en la selva.
La paloma, para no ser menos, se arrancó' una pluma y dijo:
Veo que eres realmente el rey de la creación -exclamó, con su más dulce rugido- pero yo, el rey de los animales, quiero recompensarte como mereces, como corresponde a mi indiscutible majestad.
Y arrancándose un pelo del rabo lo entregó a Miguelín, diciéndole:
-Amiga pulga -dijo- ¿Qué harías tú con un trozo de carne como ese, que asemeja una montaña a tu lado?
Y sacó el cuchillo de monte, cortó a la liebre muerta la puntita del rabo y lo entregó a la pulga, que quedó complacidísima.
Del mismo modo, cortó las orejas y el resto del rabo, que ofreció a la paloma, la cual confesó que tenía bastante con aquellos despojos.
Lo que quedaba, o sea, la liebre entera, se la cedió al león, que quedó encantado de juez tan justiciero.
- ¡Ninguno de vosotros tiene derecho a la liebre!. No la habrían herido, si no le hubiese dado yo un picotazo debajo de la cola cuando iba corriendo, con lo que le obligué a detenerse y entonces, un cazador le metió una bala en las costillas... ¡La liebre es mía!
Y ya estaba la disputa a punto de degenerar en tragedia si Miguelín no hubiese mediado como amigable componedor.
-Ya habías pasado de largo, cuando yo descubrí desde lo alto a la liebre, que estaba mortalmente herida... Me corresponde a mí, por haberla visto morir.
La pulga, a su vez, exclamó:
-Párate o eres hombre muerto, -rugió el león-. Y si eres, como dicen, el rey de la creación, sírvenos de juez en este litigio. La paloma y la pulga estaban disputándose la liebre... ¿Para qué quieren ellas un trozo de carne tan grande...? Yo, confieso que he llegado el último, pero para algo soy el rey de la selva... La liebre me corresponde por derecho propio... ¿No lo crees así?
La paloma habló entonces y dijo, arrullando:
Galopó durante tres días y tres noches, recorriendo la selva de los árboles parlantes y el bosque de las campanillas áureas y argentinas, que sonaban al ser acariciadas por el viento, formando un seráfico concierto, llegando finalmente a una encrucijada donde vio un león, una paloma y una pulga disputándose agriamente una liebre muerta.