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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Billete 20€ 2015, reverso
Foto enviada por eufra7dos@hotmail.com

El pastor contempló a aquellas dos encantadoras muchachas y quedó perplejo.
Eran idénticas, como dos gotas de agua.
Si no acertaba a indicar cual de ellas era la que había visto sobre las aguas, ninguna de las dos sería su esposa.
Y como en verdad no podía vivir sin aquella hermosa muchacha, se habría echado al agua tras ella, de no haberle contenido el pensamiento de que su madre se quedaría sola en el mundo.
Ya iba a alejarse de allí lleno de tristeza, cuando vio dos jovencitas que le salían al encuentro, acompañadas de un anciano que llevaba los cabellos extendidos sobre los hombros.
-Hijo de los hombres -dijo al pastor-. Soy el padre de la muchacha con quien quieres casarte. Estas son mis dos hijas, y si puedes decirme ... (ver texto completo)
No bien hubo él terminado de decir esto, cuando la encantadora joven dio un salto poderoso y se sumergió en las aguas, desapareciendo en el fondo del lago.
La desesperación del pastor no es para ser descrita.
Me casaré contigo; mas si me pegas tres veces sin motivo, nos separaremos.
- ¿Yo pegarte? -exclamó el pastor, enajenado de felicidad-. Mis manos no se posarán en ti más que para prodigarte caricias.
-No importa. No, es por cierto, la primera vez que un mortal se casa con un hada.
La muchacha dudó unos momentos y luego contestó:
-Bien, estoy dispuesta a ser tu esposa; pero con una condición.
-Habla amor mío. Por ti, estoy dispuesto a todo.
Te quiero. ¿Me harás dichoso, siendo mi esposa?
- ¡Imposible! -respondió ella.
- ¿Por qué? ¿Quieres que me muera de pena?
-No puedo aceptar, porque tú eres un ser mortal, mientras que yo pertenezca al reino de las hadas.
Había de volver a su casita, triste y desilusionado.
Ya llamaba a su rebaño para alejarse de allí, cuando, al dirigir una última mirada al lago, vio algo que le llenó de estupor: las vacas, paseaban tranquilamente por la superficie de las aguas y la joven de los cabellos de oro y ojos de color de cielo le contemplaba, sonriendo.
Al ver al pastor le salió al encuentro y saltó a la orilla, tendiéndole una mano.
Preso de una felicidad indescriptible, él le ofreció el pan amasado por su madre. La ... (ver texto completo)
Sentado junto a la orilla, el hijo de la viuda no apartaba su mirada de la superficie del lago.
Más cuando llegó la hora de ponerse el sol sin que la fascinadora muchacha de los cabellos de oro y ojos color de cielo hubiera aparecido, el pobre joven sintió que una gran amargura invadía su corazón.
-El pan de ayer era demasiado duro y el de hoy demasiado blando. Es menester que le ofrezcas un trozo de pan que no esté demasiado seco ni demasiado fresco.
Y preparó en la artesa el pan que su hijo debía llevar el día siguiente.
Extendíase el lago al pie de la verde montaña y refulgía el sol en el firmamento azul, rodeado de nubes blancas como la nieve.
No. Pan tierno y corazón sensible, dan a menudo grandes dolores.
Y, como el día anterior, desapareció en las aguas del lago.
El hijo de la viuda había observado que, mientras hablaba la encantadora muchacha de cabellos de oro sonreía y sus ojos relucían maravillosamente. Esto le hizo abrigar alguna esperanza y, cuando llegó a su casita, estaba menos triste que la noche anterior.
Su madre quiso saber lo que le había sucedido y, cuando el joven hubo terminado su relato, dijo:
Toma, éste no es duro como el de ayer. Acéptalo, porque te quiero y desearía hacerte mi esposa.
Ella no respondió, pero no dejó de mirarle con sus ojos color de cielo.
Entonces el joven se arrodilló, prosiguiendo con voz trémula:
-Si consientes en ser mi esposa, te haré feliz y no viviré más que para ti.
Respondió la joven:
Advirtiendo que algunas de sus vacas se habían acercado a abrevar a la orilla, corrió hacia ellas, por temor de que cayeran al agua. Pero no había avanzado sino unos cuantos pasos, cuando la extraordinaria aparición se alzó ante él, envolviéndole en una mirada fascinadora.
El joven quedó, como encantado unos segundos; mas, rehaciéndose al fin, dijo:
- ¡Tal vez no viene porque hace mal tiempo! -pensó el joven, con tristeza.
En efecto, transcurrieron muchas horas sin que la fascinadora muchacha de los cabellos de oro se dejara ver. Finalmente, las nubes se desvanecieron y el sol volvió a lucir victorioso, reflejándose en la superficie del lago.
Sentado junto a la orilla, con el corazón palpitante de emoción, aguardó la aparición de la encantadora criatura.
Mas pasó el tiempo y la superficie del lago permaneció desierta y silenciosa. De repente, levantóse un poco de viento que hizo encresparse las aguas, al tiempo que una nube blanca ocultaba el sol.
-Tienes razón, madre. Así lo haré.
Durante toda aquella noche no pudo conciliar el sueño, pensando en la joven de los cabellos de oro, de la que se había enamorado perdidamente.
Y, no hubo bien amanecido, tomó prestamente el camino del lago, llevando en su morral un trozo de pan blanco, recién salido del horno.