Había de volver a su casita, triste y desilusionado.
Ya llamaba a su rebaño para alejarse de allí, cuando, al dirigir una última mirada al
lago, vio algo que le llenó de estupor: las
vacas, paseaban tranquilamente por la superficie de las
aguas y la
joven de los cabellos de oro y ojos de
color de
cielo le contemplaba, sonriendo.
Al ver al pastor le salió al encuentro y saltó a la orilla, tendiéndole una mano.
Preso de una
felicidad indescriptible, él le ofreció el
pan amasado por su madre. La
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