Primera mentira simple: Para alcanzar el pleno empleo hay que empezar por blindar cada puesto de trabajo. Efectivamente –dicen los que esto defienden–, si partiésemos de una situación de pleno empleo y cada puesto de trabajo estuviese blindado, siempre nos mantendríamos en ese pleno empleo. Puede parecer lógico para una mente simple, pero es una burda falsedad. Si esto fuese así, ninguna empresa contrataría nunca a nadie –o sería harto difícil que lo hiciera. Sin embargo, es inevitable que haya empresas que vayan mal por innumerables causas. Si estas empresas no pudieran despedir a nadie, irían de mal en peor y, un día, cerrarían y todos los empleados estarían en el paro. Tal vez si en su momento pudiesen despedir a una parte de los trabajadores, podrían salvar el trabajo del resto. Pero, si los puestos de trabajo están blindados… Ahora, si juntamos esas dos cosas, unas empresas no contratan porque les asusta y, poco a poco, otras empresas van cerrando, la situación de pleno empleo se deteriora y, al cabo de unos años, el paro alcanzaría cotas escandalosas, porque en un mercado global, las empresas de ese país dejarían de ser competitivas y la mayoría cerrarían. Claro, pueden decir los que defienden el blindaje de los puestos de trabajo, pero a esos a los que pierden el trabajo los podría contratar, subsidiariamente, el Estado. Quienes dicen esto suelen pensar en el Estado como un estamento con cantidades ilimitadas de dinero, que puede permitirse contratar a quien no tiene ningún trabajo útil que hacer y, si pierde dinero, no pasa nada, porque su riqueza es ilimitada. Más o menos, esto es lo que piensan los populistas de izquierdas. Es difícil encontrar una falsedad mayor y la experiencia así lo demuestra. Pero dejando aparte el hecho, comprobado hasta la saciedad, de que el Estado suele ser un pésimo administrador de empresas, la premisa del dinero ilimitado del Estado no puede ser más falsa. El Estado no tiene más dinero que el que obtiene de sus contribuyentes a través de los impuestos y si intenta recaudar demasiado, pronto se encontrará con el efecto contrario: recaudará cada vez menos porque al desincentivar el trabajo y la inversión, acabará recaudando un alto porcentaje de casi nada. Es decir, casi nada. Otra manera en la que el Estado puede conseguir dinero es endeudándose, pero esto acaba en la quiebra, como le ha pasado a Grecia. Y, si no se llega a la bancarrota, será la siguiente generación la que soporte el peso de esa deuda, lo cual representa una grave injusticia generacional de padres empobreciendo a hijos. La tercera manera en la que el Estado puede conseguir dinero es creándolo de la nada, si tiene atribuciones para ello[6]. Pero esto genera una inflación galopante que paraliza y arruina completamente al país. En cambio, la verdad compleja es que cuando las empresas se sienten libres para contratar porque si las cosas no funcionan puede despedir a los empleados contratados, a los emprendedores se les ocurrirán continuamente nuevas ideas de cosas útiles que hacer y que resuelven problemas y necesidades de la gente. Invertirán, contratarán sin miedos, y lo harán en cantidades suficientes como para compensar laspérdidas de puestos de trabajo en aquellas empresas que habían perdido competitividad y habían tenido que recurrir a despedir a parte de sus empleados. Probablemente, aunque de ninguna inevitablemente, el sueldo mínimo bajaría, pero todo el mundo tendría trabajo. Incluso, si se partiese de una situación con un alto porcentaje de paro, ese proceso llevaría al pleno empleo. Y es muy probable que las nuevas empresas nacientes, generasen más puestos de trabajo de los destruidos, porque hay una premisa importante: La gente siempre tiene necesidades o problemas que, si se satisfacen o resuelven, pueden hacer mejor, en un sentido amplio, su vida. Y si alguien lo consiguiese mediante un servicio o producto, habría muchas personas que gustosamente estarían dispuestos a pagar por él un precio que hiciese rentable ese producto o servicio, aparecerían muchas nuevas empresas prósperas que crearían numerosos puestos de trabajo. Y de esta forma, no sólo no bajarían los sueldos, sino que subirían y podría encontrar empleo toda una población creciente. Así ha sido desde el principio de la humanidad, muy especialmente desde la revolución industrial, y quien no lo vea se debería preguntar por qué no estamos todavía en la edad de las cavernas. ¿Será indefinido ese proceso? Lo ignoro, pero estoy convencido de que si tiene un límite, éste está todavía muy lejos. Sin pensar demasiado, se me ocurren decenas de productos o servicios que me encantaría que fuesen posibles y que con el avance tecnológico, lo serán. Y cuando se me agoten éstos, todavía quedan los que soy incapaz ni siquiera de imaginar. ¿Podría una persona del siglo XIX, que está a la vuelta de la esquina, ni siquiera imaginar en sus deseos más quiméricos, que con solo apretar un botón tendría en si casa una cosa que se llama electricidad y que, mediante un “sencillo” aparato podría calentar un litro de agua en 2 minutos? Jamás. Y si alguien dice que el que una persona del siglo XIX, por desear la electricidad y el microondas, si pudiese soñarlo, sería un consumista, creo que debería hacérselo ver.
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