En este tiempo observó que, casi siempre, con las primeras horas de la madrugada, todos los guardianes se dormían. El séptimo día, aprovechando que sólo un soldado estaba despierto, se fue rodando hasta la
hoguera. Al llegar, metió la cola y una llama flamante iluminó el campamento. Con el hocico tomó un pequeño tizón y se alejó rápidamente.