Allí lo esperaba la mujer de Arawn, pensando que era él, y deseando, supuso, el mismo trato de todas las
noches. La mujer era bella, como sólo pueden serlo las hijas de las hadas. El compromiso era gobernar un territorio, mas no mancillar sus posesiones, pensaba en su interior Pwyll, por eso se mantuvo firme, se volvió contra la pared de
piedra, en silencio, sin contestar a las preguntas ni a los ruegos de la desconcertada esposa. Toda la
noche la pasó así, y tras la primera noche, las siguientes,
... (ver texto completo)