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a las once, a llamar a Ponce,
a las doce, comió,
a la una se fue al monte,
en el monte montaña había un pino,
el pino tenía una rama, la rama tenía un nido,
el nido tenía cuatro huevos,
uno blanco, otro colorao,
otro rojo y otro negro,
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La chica o el chico, en mi caso la chica, porque con La Dola, no valía aquello de "los chicos con las chicas tienen que estar,
los chicos con las chicas han de vivir",
sino los chicos con los chicos, y las chicas con las chicas, así que, como iba diciendo, la chica que saltaba la primera era la que hacía de guia y todas las demás seguian las pautas que ella marcaba antes de saltar sobre una que hacía de burro, -eso sí, sin rebuznar ni dar coces-, y que no dejaba de hacerlo hasta que alguna cometía una falta y la relevaba.
Una de las más "fieras" saltando era mi amiga Cari. Cuando le tocaba a ella de llevar la voz cantante, a mi me cogía temblaera en las rodillas, pues sabía que mucho me había de esforzar para llegar a hacer lo que ella hacía.
¡Qué manera de tomar carrerilla para dar las zancadas más largas...! Cuando la raya, que no la podías pisar, marcaba desde donde habías de comenzar las zancadas, estaba encarada hacia la puerta de Don José, o de la calle donde sale el camino de la Fuente Murcia, a mi me entraba "canguelo", pues como hacían un poco de pendiente, yo siempre pensaba en lo que me podía pasar si tomaba carrerilla, daba una o dos zancadas, se me liaban los pies y me caía de morros. Claro que eso lo pensaba solamente, porque que yo recuerde, no me llegué a caer nunca. ¡Por lo menos jugando a La Dola!
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