El tonto del lobo hizo lo que le pedía la raposa y el cepo chasqueó y le apresó el hocico.
La raposa y la oveja aprovecharon la ocasión y escaparon a todo correr.
La raposa había observado que unos campesinos habían puesto un cepo en una trocha, se acercó allí con el lobo y le dijo:
- ¡Anda, besa aquí!
La raposa lo oyó y dijo:
- ¿Dices que es tuyo, compadre?
-Sí, es mío –replicó el lobo.
- ¿Pondrías a Dios por testigo? –preguntó la raposa.
- ¡Sin titubear! –respondió el lobo.
- ¿Lo jurarías? –insistió la raposa.
- ¡Sí! –respondió el lobo casi gritando.
-Bien, ven conmigo a prestar juramento –ordenó la raposa.
Luego le contaron sus penas al lobo, y éste les dijo:
-Cuando la loba degüella a un cordero, me echan a mí las culpas. Huyamos juntos.
Y huyeron todos juntos.
Durante el viaje, el lobo le dijo a la oveja:
Dime, comadre, ¿no llevas puesto mi abrigo?
Al cabo de cierto tiempo, las viajeras se toparon con un lobo.
- ¡Muy buenas, comadres! –las saludó el lobo.
- ¡Muy buenas! –respondieron ambas.
- ¿Vais muy lejos? –les preguntó el lobo.
-A donde nos lleven las patas –contestaron.
- ¿A dónde te lleva el Señor, comadre?
- ¡Ay comadre! Vivía en el rebaño de un labriego, pero la vida se me hizo allí insoportable: me echaban la culpa de todas las barrabasadas que hacía el borrego. Por eso decidí huir hasta donde mis patas me llevasen –explicó la oveja.
-Lo mismo te digo –contó la raposa-. Si mi marido roba una gallina, me echan las culpas a mí. Huyamos juntas.