-Ya lo creo que estaba –respondió divertido el muchacho.
- ¡Anda que debía de estar el diablo dentro de esa nuez! –dijo el herrero.
Entonces la nuez se hizo pedazos. El yunque se partió por la mitad y se escuchó un estruendo tan grande como si hubiese estallado toda la herrería.
Y exclamó:
- ¡A ver si logro cascarte!
Puso la nuez sobre el yunque y le dio un martillazo, pero la nuez no se rompió. Entonces cogió un martillo más grande, pero aquél tampoco era lo bastante fuerte. Escogió otro más grande, pero tampoco le sirvió de nada. Entonces, el herrero perdió la paciencia y la golpeó con todas sus fuerzas.
Después de haber andado un buen trecho, llegó a una fragua, entró y le pidió al herrero que hiciese el favor de partirle aquella nuez.
-Sí, desde luego, no me costará mucho trabajo –respondió el herrero cogiendo el más pequeño de sus martillos.
El diablo hizo lo que le pedía el jovenzuelo. Pero en cuanto se hubo introducido por el agujero hecho por un gusano, el muchacho lo tapó metiendo dentro un palito.
- ¡Ahora ya no te escapas! –exclamó metiéndose la nuez en el bolsillo.
- ¿Es verdad eso que dicen de que el diablo puede hacerse tan pequeño como quiera y pasar a través del agujero de una aguja? –le preguntó el muchacho.
-Es verdad –respondió el diablo.
-A ver, demuéstramelo y métete dentro de esta nuez –propuso el muchacho.
El muchacho y el diablo. Cuento danés.
Había una vez un muchacho que caminaba por un sendero cascando nueces. Acababa de cascar una cuando se encontró con el diablo.