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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

La mascota
Foto enviada por Qnk

En fin, desde entonces van y vienen los dos de una punta a otra del pantano, pero no se casan ni a la de tres.
La grulla, por su parte, se puso a meditar después de lo sucedido y se dijo: “ ¿Por qué lo rechacé? ¿Qué tiene de bueno vivir sola? Será mejor que me case con el airón”.
La grulla se dirigió a la casa del airón, pero de nuevo se vio rechazada.
El airón meditó sobre lo que había ocurrido y se dijo: “Hice mal en rechazar a la grulla; solo, me siento muy aburrido. Iré a buscarla y me casaré con ella”.
El airón fue a casa de la grulla y le dijo:
-Oye, grulla, he decidido casarme contigo. Por favor, acepta.
-No, airón, no te quiero por marido –respondió la grulla.
El airón regresó a su casa.
La grulla meditó sobre lo ocurrido, y finalmente se dijo: “Me casaré co el airón, siempre es mejor que estar sola”.
Fue a casa del airón y le pidió:
-Airón, cásate conmigo.
-No, grulla, no te necesito. No quiero casarme contigo, no quiero que seas mi esposa. ¡Lárgate! –respondió el airón.
La grulla rompió a llorar de vergüenza y volvió sobre sus pasos.
- ¿Está en casa la grulla?
-Aquí estoy –respondió la grulla.
-Cásate conmigo –le dijo el airón.
-No, airón, no quiero casarme contigo, tienes las patas feas, el traje corto, vuelas mal y, además no sé con qué podría alimentarte. ¡Vete de aquí, pasilargo! –dijo la grulla.
El pobre airón tuvo que marcharse tal como había llegado.
Vivían en un pantano un airón y una grulla, cada uno en su casita, en extremos opuestos de la marisma. El airón se aburría estando solo y concibió el propósito de casarse, y se dijo: “Pediré a la grulla en matrimonio” El airón se puso en camino, cubrió paso a paso las siete leguas de pantano, llegó al término de su viaje y preguntó:
El airón y la grulla. Cuento lituano.

Contaré, para empezar, que volaba la lechuza y en un árbol se posó, luego la cola movió, y de nuevo echó a volar, para volverse a posar,…
Y ahora, con mucho tiento, demos comienzo el cuento.
El zorro, con la boca hecha agua, aflojó a su presa, y el astuto gallo voló rápidamente a lo alto de un roble, poniéndose a salvo de su glotón amigo.
Ay, rapos –dijo el gallo-, qué dulces son tus palabras! Mira que pronto nuestro rey dará un gran banquete. Aprovecharé la ocasión para pedirle que te pongan a cargo de los preparativos. Así podremos tú y yo comer cuanto queramos, y además ganaremos buena fama.
- ¡Ahora verás lo que es bueno! Tendrás que responder por todo, recordarás repugnante calaverón, todas tus maldades. Recuerda que una oscura noche de otoño me arrastré a tu gallinero con la idea de echar la zarpa a una gallinita, pues llevaba tres días sin probar bocado, pero tú te pusiste a agitar las alas y a patalear, y despertaste a todo el mundo.
-Deseo tu bien, Cantaclaro. Tienes, amigo, cincuenta gallinas y no te has confesado ni una sola vez. Ven aquí, arrepiéntete, y te libraré de todos tus pecados sin burlarme de ti.
El gallo fue bajando de rama en rama hasta que terminó en las zarpas del zorro, que le dijo:
El zorro continuó con su discurso:
El gallo no contestó al saludo, pero pensó: “ ¿Qué demonios lo habrá traído por aquí?”
-Buenos días, Cantaclaro.
Aburrido de esperar, el zorro quiso hacer que el gallo bajara del árbol. Tras mucho pensar, se le ocurrió un ardid. Se acercó al árbol y saludó: