DÍA NOVENO
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Sobre la caridad con el prójimo
Esta caridad es de obligación; es un precepto divino que abarca otros. Todos saben que en el amor de Dios y del prójimo están comprendidos toda la ley y los profetas. Todo se condensa en ellos; todo se dirige ahí; y este amor tiene tanta fuerza y primacía que el que lo posee cumple las leyes de Dios, ya que todas se refieren a este amor, y este amor es el que nos hace hacer todo lo que Dios pide de nosotros. Pues bien, esto no se refiere únicamente al amor a Dios, sino a la caridad con el prójimo; esto es tan grande que el entendimiento humano no lo puede comprender; es menester que nos eleven las luces de lo alto para hacernos ver la altura y la profundidad, la anchura y la excelencia de este amor.
¿Cuál es su primer acto? ¿Qué produce en el corazón que está animado por ella? ¿Qué es lo que sale de él, y lo que no sale del corazón de un hombre que esta privado de ese amor y no tiene más que movimientos animales? Hacer a los demás lo que razonablemente querríamos que nos hicieran a nosotros; en esto consiste el quid (la clave) de la caridad.
¿Es verdad que yo le hago al prójimo lo que deseo de él? ¡Es un examen muy serio el que tenemos que hacer! Pero, ¿cuántos misioneros hay que tengan al menos esta disposición interior?
¡Dios mío! ¿Donde están? Se encontrarán muchos como yo que no se preocupan de dar a los demás lo que les gustaría recibir de ellos; y si no existe este afecto, no hay caridad; pues la caridad hace que le hagamos al prójimo el bien que con justicia se puede esperar de un amigo fiel.
El que tiene este afecto y este cariño al prójimo, ¿podrá hablar mal de él? ¿podrá hacer algo que le disguste? Si tiene estos sentimientos en el corazón, ¿podrá ver a su hermano y a su amigo sin demostrarle su amor?
De la abundancia del corazón habla la boca; de ordinario, las acciones exteriores son un testimonio de lo interior; los que tienen verdadera caridad por dentro, la demuestran por fuera. Es propio del fuego iluminar y calentar, y es propio del amor respetar y complacer a la persona amada.
¡Hemos sentido alguna vez cierta falta de estima y de afecto a algunas personas? ¿No nos hemos entretenido más o menos en pensar a veces contra ellas? Si es así, es que no tenemos esa caridad que expulsa los primeros sentimientos de menosprecio y la semilla de la antipatía; pues, si tuviéramos esa divina virtud, que es una participación del Sol de justicia, disiparía esos vahos de nuestra corrupción y nos haría ver lo que hay de bueno y de hermoso en nuestro prójimo, para honrarlo y quererlo.
El segundo acto de la caridad consiste en no contradecir a nadie. Estamos juntos; se habla de algo bueno; uno dice lo que le parece y otro le replica indiscretamente: «No es así; usted no me lo sabría demostrar». Hacer esto es herir al que contradecimos; si él no es humilde, querrá sostener su opinión, y ya está la discusión que acabará matando la caridad.
No ganaré nunca a mi hermano contradiciéndole, sino aceptando buenamente en nuestro Señor lo que él propone; quizás tenga razón, y yo no; él quiere contribuir a mantener una conversación amable, y yo me empeño en convertirla en disputa; lo que dice, lo dice en un sentido que, si yo lo supiese, lo aprobaría.
¡Fuera, pues la contradicción que divide los corazones! Evitémosla como una fiebre que quita la razón, como una peste que lleva consigo la desolación, como un demonio que destruye las más santas congregaciones; elevémonos a Dios con frecuencia, y sobre todo cuando tengamos ocasión de entrar en los sentimientos del otro, para que nos conceda la gracia de obrar así, en vez de contradecirles y entristecerlos; ellos dicen buenamente lo que piensan, aceptemos también nosotros buenamente lo que dicen. (Cf. Op. cit., nn. 928, 933b, 935b, 938).
Oración final. ¡Oh Salvador, que viniste a traernos esta ley de amar al prójimo como a sí mismo, que tan perfectamente la practicaste entre los hombres, no sólo a su manera, sino de una manera incomparable! Sé tú, Señor, nuestro agradecimiento por habernos llamado a este estado de vida de estar continuamente amando al prójimo. Amén.
Terminar con los gozos o himno a San Vicente. ... (ver texto completo)
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Sobre la caridad con el prójimo
Esta caridad es de obligación; es un precepto divino que abarca otros. Todos saben que en el amor de Dios y del prójimo están comprendidos toda la ley y los profetas. Todo se condensa en ellos; todo se dirige ahí; y este amor tiene tanta fuerza y primacía que el que lo posee cumple las leyes de Dios, ya que todas se refieren a este amor, y este amor es el que nos hace hacer todo lo que Dios pide de nosotros. Pues bien, esto no se refiere únicamente al amor a Dios, sino a la caridad con el prójimo; esto es tan grande que el entendimiento humano no lo puede comprender; es menester que nos eleven las luces de lo alto para hacernos ver la altura y la profundidad, la anchura y la excelencia de este amor.
¿Cuál es su primer acto? ¿Qué produce en el corazón que está animado por ella? ¿Qué es lo que sale de él, y lo que no sale del corazón de un hombre que esta privado de ese amor y no tiene más que movimientos animales? Hacer a los demás lo que razonablemente querríamos que nos hicieran a nosotros; en esto consiste el quid (la clave) de la caridad.
¿Es verdad que yo le hago al prójimo lo que deseo de él? ¡Es un examen muy serio el que tenemos que hacer! Pero, ¿cuántos misioneros hay que tengan al menos esta disposición interior?
¡Dios mío! ¿Donde están? Se encontrarán muchos como yo que no se preocupan de dar a los demás lo que les gustaría recibir de ellos; y si no existe este afecto, no hay caridad; pues la caridad hace que le hagamos al prójimo el bien que con justicia se puede esperar de un amigo fiel.
El que tiene este afecto y este cariño al prójimo, ¿podrá hablar mal de él? ¿podrá hacer algo que le disguste? Si tiene estos sentimientos en el corazón, ¿podrá ver a su hermano y a su amigo sin demostrarle su amor?
De la abundancia del corazón habla la boca; de ordinario, las acciones exteriores son un testimonio de lo interior; los que tienen verdadera caridad por dentro, la demuestran por fuera. Es propio del fuego iluminar y calentar, y es propio del amor respetar y complacer a la persona amada.
¡Hemos sentido alguna vez cierta falta de estima y de afecto a algunas personas? ¿No nos hemos entretenido más o menos en pensar a veces contra ellas? Si es así, es que no tenemos esa caridad que expulsa los primeros sentimientos de menosprecio y la semilla de la antipatía; pues, si tuviéramos esa divina virtud, que es una participación del Sol de justicia, disiparía esos vahos de nuestra corrupción y nos haría ver lo que hay de bueno y de hermoso en nuestro prójimo, para honrarlo y quererlo.
El segundo acto de la caridad consiste en no contradecir a nadie. Estamos juntos; se habla de algo bueno; uno dice lo que le parece y otro le replica indiscretamente: «No es así; usted no me lo sabría demostrar». Hacer esto es herir al que contradecimos; si él no es humilde, querrá sostener su opinión, y ya está la discusión que acabará matando la caridad.
No ganaré nunca a mi hermano contradiciéndole, sino aceptando buenamente en nuestro Señor lo que él propone; quizás tenga razón, y yo no; él quiere contribuir a mantener una conversación amable, y yo me empeño en convertirla en disputa; lo que dice, lo dice en un sentido que, si yo lo supiese, lo aprobaría.
¡Fuera, pues la contradicción que divide los corazones! Evitémosla como una fiebre que quita la razón, como una peste que lleva consigo la desolación, como un demonio que destruye las más santas congregaciones; elevémonos a Dios con frecuencia, y sobre todo cuando tengamos ocasión de entrar en los sentimientos del otro, para que nos conceda la gracia de obrar así, en vez de contradecirles y entristecerlos; ellos dicen buenamente lo que piensan, aceptemos también nosotros buenamente lo que dicen. (Cf. Op. cit., nn. 928, 933b, 935b, 938).
Oración final. ¡Oh Salvador, que viniste a traernos esta ley de amar al prójimo como a sí mismo, que tan perfectamente la practicaste entre los hombres, no sólo a su manera, sino de una manera incomparable! Sé tú, Señor, nuestro agradecimiento por habernos llamado a este estado de vida de estar continuamente amando al prójimo. Amén.
Terminar con los gozos o himno a San Vicente. ... (ver texto completo)