La elección del 31 de enero como día de los tercios, obedece a una serie de premisas fundamentales que convergen en el 31 de enero de 1578. Ese día tuvo lugar la batalla de Gembloux en el que las fuerzas de la Monarquía Hispánica derrotaron a los rebeldes holandeses. Se trata de una batalla que tuvo lugar en Flandes, en aquel lugar donde poner una pica era sumamente complicado y que sirve de puntal para asimilar los Tercios por la población. Por otro lado, en esta batalla participaron personajes de extraordinaria relevancia, tanto para los tercios como para la historia de España. Por último, otro ingrediente que hace que la fecha sea perfecta es su propio carácter de batalla olvidada. Desde 31 Enero Tercios consideramos que tenemos que acabar con el olvido, acercar a la población la figura de los tercios, sus modos de vida y sus hechos, harán que podamos entender lo que somos y explicar quiénes fuimos.
Así, pues aquí os dejamos lo ocurrido en aquel día de 1578 en las lejanas tierras de Flandes, en Gembloux donde la guerra cambió de signo en favor del bando de la Monarquía Hispánica.
La batalla de Gembloux supone un puntal ineludible en la historia de los Tercios y la Monarquía Hispánica en Flandes. La guerra en Flandes encuentra un punto capital en la llegada de don Juan de Austria a este territorio tras la muerte del gobernado don Luis Requesens. El conflicto se había complicado enormemente hacia 1576 y la victoria, para Felipe II, era una misión cada vez más complicada. En este contexto, el rey católico acudió a la figura sobresaliente de don Juan de Austria, quien ya había sido héroe en Lepanto y había tomado Túnez dos años antes.
Juan de Austria recibió en Milán la orden de a hacerse cargo del gobierno de los países Bajos. Partió primero a España para saludar a su hermanastro Felipe II y emprendió después camino a Flandes llegando a Luxemburgo, única de las 17 provincias de Flandes que permanecía fiel a la corona española. Cumpliendo el encargo de Felipe II, vista la desastrosa situación de la guerra, don Juan ordenó a todos sus soldados en las diferentes provincias que cesasen sus hostilidades contra los rebeldes y, así pues, el 17 de febrero de 1577 se firmó el edicto perpetuo, que confirmaba la pacificación de Gante. Según este edicto debían todos los soldados españoles abandonar Flandes mientras que los flamencos se comprometían a seguir bajo la autoridad de la corona española y a la salvaguarda de la religión católica. Partieron así las tropas hacia Milán con el consiguiente descontento de los soldados, que abandonaba unas tierras en las que habían luchado bravamente dando grandes victorias a la corona española.
Tras la firma de la paz de Gante y la salida de las tropas españolas, don Juan de Austria, de acuerdo con el tratado, debía ser reconocido como gobernador de Flandes en nombre de Felipe II. Era ingenuo pensar que Guillermo de Orange iba a respeta honestamente el acuerdo. El Taciturno comenzó a planear atentar contra la figura de don Juan e hizo todo lo posible para atacar su mando al frente de las posesiones de la Monarquía Hispánica. En este contexto, algunas provincias se volvieron a posicionar a favor del de Orange, especialmente Brabante. El reinicio de la guerra estaba servido.
Escribió entonces don Juan a sus viejos compañeros, a los tercios viejos de Italia mediante una carta emitida el 15 de agosto de 1577, entre cuyos versos destacamos: “Venid, pues, amigos míos: mirad cuán solos os aguardamos yo y las iglesias y monasterios y religiosos y católicos cristianos, que tienen a su enemigo presente y con el cuchillo en la mano. Y no os detenga el interés de lo mucho o poco que se os dejase de pagar; pues será cosa muy ajena de vuestro valor preferí esto que es niñería a una ocasión donde con servir tanto a Dios y a Su majestad podéis acrecentar la suma de vuestras hazañas…” Cuatro meses más tarde, a finales de año, llegaban 6.000 hombres de los tercios a Luxemburgo con el tercer duque de Parma y Plasencia, Alejandro Farnesio, sobrino de don Juan Austria. La alegría de los españoles, que veían que la confianza del rey quedaba de nuevo depositada en ellos, se vio solo empañada por la repentina muerte de su apreciado maestre de campo, Julián Romero, cuando se hallaba disciplinando a los soldados para su marcha, en Cremona. Se había trasladado ya don Juan a Luxemburgo y, asustados por verle de nuevo al frente de los tercios españoles, comenzaron los rebeldes a pedir ayuda a Francia, Inglaterra y Alemania. Ya era tarde, la maquinaria de los tercios se había puesto en marcha.
Los ejércitos se enfrentaron un mes más tarde, a principios de 1578, en Namur. Si el de los rebeldes contaba on muchos más hombres, el de don Juan estaba formado por soldados seleccionados y curtidos en múltiples batallas. Además, a su frente se encontraban varios de los generales más temidos de Europa: Mondragón, Toledo, Farnesio, Mansfeld, Martinengo, Bernardino de Mendoza, Octavio Gonzaga… y todos ellos bajo el mando del vencedor de los moriscos y del turco. El resultado era inevitable.
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