Cuando los demás niños comprobaron que el
gigante se había vuelto bueno y amable, regresaron corriendo al
jardín por el agujero del muro y la
primavera entró con ellos. El gigante reía
feliz y tomaba parte en sus
juegos, que sólo interrumpía para ir derribando el muro con un mazo. Al
atardecer, se dio cuenta de que hacía rato que no veía al pequeño.