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Para colmo, el toro que le salió a Cagancho no era un toro, sino un oso Kodiak bien alimentado. En la suerte de varas, mató a varios caballos (entonces los caballos de picar no llevaban peto). Todo el mundo en la arena se puso nervioso. Los subalternos toreaban a siete kilómetros de los cuernos, Márquez hizo un quite desde su casa, los picadores se hacían caquita cuando el morlaco todavía estaba a diez metros de ellos, y los banderilleros no banderillearon tirando los garapullos como dardos
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Cagancho, al parecer, estaba preparado para situaciones así. En la faena propiamente dicha, sacó una muleta descomunal y comenzó a torear con el pico de la tela, manteniendo por lo tanto al
toro en otra galaxia. No contento con eso, en uno de los pases, mientras el toro estaba a su lado, le largó un espadazo en el vientre, y luego otro. El toro, claro, se cabreó más de lo que ya de por sí se cabrea un toro cuando lo lidian. Lo miró mal, así que el torero tiró los trastos y repitió la suerte
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