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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Pueblo nevado
Foto enviada por ESTRELLA

Ya falta menos para que llegue el día en que de nuevo, se pueda ver a Alconchel vestido de un blanco inmaculado, como lo podemos ver en esta bonita foto que envió Estrella hace algunos años ya. Besos Estrella.
Cuando el tren salió de la estación,

Heidi se despidió con la mano de las montañas.

—Volveré —murmuró—. ¿Verdad que podré volver, tía Adela?

(¿Regresará Heidi algún día a su hogar en las montañas?

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... (ver texto completo)
Adela sacó del armario las cosas de Heidi e hizo con ellas un fardo. Luego tomó a la niña de la mano y se la llevó montaña abajo hasta la estación del ferrocarril en Dorfli. Cuando vio aproximarse el tren, Heidi se puso a llorar desconsoladamente. No quería dejar a sus amigos en las montañas para regresar a la sombría ciudad.
El tío Anselmo se paseaba arriba y abajo de la estancia gritando y maldiciendo. Pero Adela estaba decidida a llevarse a Heidi. Estuvieron discutiendo y chillando hasta que el anciano, enfurecido, exclamó:

— ¡Pues vete de una vez, y no vuelvas a aparecer por aquí con ese ridículo sombrero y esa ridicula pluma! —Y dando un portazo salió de la casita.
Adela tomó la otra mano de Heidi y añadió:

—He encontrado una acaudalada familia en Francfurt que quieren que vayas a vivir con su hija inválida para hacerle compañía. A cambio de eso, ¡harán de ti una señorita!

— ¡No me lleves, tía Adela! ¡Por favor, no me lleves!
Heidi agarró con fuerza la mano de su abuelo. No deseaba regresar a la ciudad con su tía Adela.

—Sé que tu no la envías a la escuela dijo ésta a su abuelo- ¿Te das cuenta de que eso va contra la ley y podrían enviarte a la cárcel?
Heidi vivía feliz con su abuelo y se criaba fuerte y sana respirando el aire puro de las montañas. Pero un día, después de haber cumplido los siete años, se presentó su tía Adela, que se tocaba con un enorme sombrero adornado con una pluma.

—He venido a llevarme a Heidi —dijo nada más entrar. Tío Anselmo la miró pasmado.

—No quisiste acogerla cuando la traje aquí, y ahora he venido a llevármela conmigo.
Heidi debía ya marcharse.

— ¡Vuelve pronto! —dijo la abuela, mientras Heidi salía corriendo para encontrarse con abuelo Anselmo, quien la estaba esperando en lo alto del camino.

El anciano guardó silencio mientras Heidi le contaba lo humilde que era la familia de Pedro. Cuando volvieron a visitarlos, el abuelo llevó sus herramientas para realizar las reparaciones que fueran necesarias en casa de Pedro. Todos los habitantes de Dorfli se enteraron de la buena obra de abuelo Anselmo y estaban ... (ver texto completo)
—No, niña. Estoy siempre sumida en la oscuridad. Pero no es tan terrible. Ojalá que Pedro aprendiera de una vez a leer.

Echo de menos el oír las palabras escritas en mis viejos libros.

Heidi estaba muy apenada. Apoyó la cabeza en el regazo de la abuela y rompió a llorar.

Afuera, el viento silbaba y los postigos batían las ventanas. Pedro regresó de la escuela cuando el sol declinaba.
—Tiene el pelo oscuro y rizado y carita de traviesa —dijo la madre de Pedro.

—Acercaré la lámpara usted misma pueda verme —dijo Heidi. Pero la abuela movió la cabeza y respondió: —Hace mucho que mis pobres ojos no ven nada.

— ¿Cómo? —exclamó Heidi asombrada—. ¿Ni siquiera la nieve…, ni las encendidas montañas cuando el sol se despide de ellas con un beso?
—Estaré de vuelta a las cinco, Heidi. Espérame en lo alto del camino. —Y se volvió hacia la montaña arrastrando el trineo.

—Hemos oído hablar mucho de ti, Heidi —dijo la madre de Pedro al abrirle la puerta. Luego se volvió hacia una delicada anciana que estaba sentada en una silla. La anciana tendió sus manos a Heidi y dijo:

— ¿Qué aspecto tiene, Ursula?
Pero Heidi insistió tanto que al fin el abuelo, a regañadientes, sacó su gran trineo de madera y cogió una gruesa manta. Envolvió a Heidi en ella y se montó con la niña en brazos en el trineo.

El trineo se deslizaba velozmente por la nieve y Heidi exclamó entusiasmada: — ¡Oh, parece que estemos volando!

El anciano la dejó justamente ante la puerta de la casita de Pedro.
- ¿Puedo ir a visitar a Pedro y a su abuelita? —preguntó Heidi.

—El camino está cerrado —dijo abuelo Anselmo, intentando hacerla desistir de su empeño.

—Pero yo quiero ir. —Pues yo no quiero llevarte. Las gentes de Dorfli no me tienen simpatía y no me encuentro a gusto allí.
Pero una mañana Pedro no se presentó a buscar a Flor y Mariposa. La escuela de Dorfli había vuelto a abrirse y Pedro tenía que asistir a clase todos los días. El otoño dio paso al invierno y Heidi se quedó en casa sin salir, pues una espesa capa de nieve cubría la solitaria montaña y rodeaba la casita.
Y Heidi se quedó en casa para ayudar a su abuelo a hacer manteca, yogur y queso con la leche de las cabras. Pero le entristecía no poder acompañar a Pedro y a las cabras a la montaña. Pedro también la echaba de menos. Hasta las cabras parecían más contentas cuando Heidi iba con ellas y las acariciaba.