Un mensajero de Fregellae, que había marchado sin descanso noche y día, produjo un gran terror en Roma. La afluencia de habitantes del campo, cuyos relatos mezclaban verdades y mentiras, había extendido la agitación en toda la ciudad. Las mujeres hicieron resonar sus gemidos en las casas particulares; las mujeres distinguidas, desafiando todas las miradas, corrían en tropel hacia los templos de los dioses; los cabellos esparcidos, arrodilladas al pie de los altares, las manos tendidas hacia el cielo ... (ver texto completo)