Sí, era en realidad una estrella que desde el
cielo les enviaba su luz, como si quisiera enseñarles el
camino. Y se arrastraron y treparon —la subida era horrible—, siempre arriba y más arriba. Y en todo el tiempo el deshollinador no dejaba de ayudar a la pastorcita, alzándola y sujetándola, y enseñándole los mejores sitios donde poner sus piececitos de porcelana. Hasta que, por fin, alcanzaron el remate mismo de la
chimenea y se sentaron en el borde, pues se hallaban muertos de cansancio, y no es
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