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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Domingo trabajando
Foto enviada por GABALDON

—Te has vuelto muy orgulloso y estirado desde que te caíste —dijo el General-Mandamás-en-Vanguardi a-y-Retaguardia-Guillermitopat asdechivo—, aunque no encuentro en ello ningún motivo de orgullo. Y a fin de cuentas, ¿Vas a entregármela o no?
Vaya si lo repararon bien! La familia hizo que le pegaran la espalda, y que le pusieran en el cuello un bonito remache. Estaba como nuevo; sólo que no podía mover la cabeza.
— ¡Cómo me gustaría que el abuelo estuviese ya a salvo con su remache! —dijo la pastorcita—. ¿Crees que costará mucho?
—Bien, ya estamos otra vez en el punto de partida —dijo el deshollinador—. Podíamos habernos ahorrado todo el trabajo.
— ¿De veras que lo crees así? —dijo ella. Y enseguida treparon a la mesa donde habían estado antes.
—Todavía hay tiempo de repararlo —dijo el deshollinador—. Puede quedar muy bien. Vaya, no hay por qué angustiarse tanto. En cuanto le arreglen la espalda y le pongan un bonito remache en el cuello, quedará otra vez como nuevo y podrá decirnos aún muchas cosas desagradables.
Y se retorcía sus manos delicadas.
— ¡Qué horror! —exclamó la pastorcita—. El abuelo está roto y todo por culpa nuestra. No me consolaré jamás.
No se escuchaba ni el más pequeño ruido. Se asomaron un poco y… ¡Santo cielo! ¡Allí, en medio del piso, yacía deshecho el chino viejo! Al tratar de perseguirlos, se había caído de la mesa, y allí estaba roto en tres pedazos. Toda la espalda se le había desprendido en bloque, y la cabeza había rodado a un rincón. El General-Mandamás-en-Vanguardi a-y-Retaguardia-Guillermitopat asdechivo estaba donde siempre, absorto en profundos pensamientos.
Con grandes dificultades arrastráronse de nuevo por la chimenea abajo; se deslizaron por el estrecho y desagradable caño y otra vez se encontraron dentro de la oscura estufa, desde cuya puerta se pusieron a atisbar lo que ocurría en la estancia.
El deshollinador trató de convencerla con todos los razonamientos imaginables. Le recordó al chino viejo y al General-Mandamás-en-Vanguardi a-y-Retaguardia-Guillermitopat asdechivo pero ella lloraba tan amargamente y daba tantos besos a su pequeño deshollinador de chimeneas, que éste hubo de ceder al fin, aunque le pareció que aquello era lo peor que podían hacer.
— ¡Eso es demasiado! —dijo—. No puedo soportarlo; el mundo es demasiado grande. ¡Quién pudiera estar otra vez en aquella mesita bajo el espejo! No volveré a ser feliz hasta que no regrese. Te he seguido hasta el ancho mundo: ahora, si algo me amas, tendrás que llevarme otra vez a casa.
Allá sobre sus cabezas se abría la noche con todas sus estrellas, y abajo yacía la ciudad con todos sus tejados. Alrededor de ellos y tan lejos como alcanzaba la vista, extendíase el ancho mundo. La pobre pastora no había imaginado jamás nada semejante, y reclinando su cabecita sobre el hombro del deshollinador se echó a llorar y a llorar, hasta que comenzó a desteñirse el oro de la banda que llevaba a la cintura.
Sí, era en realidad una estrella que desde el cielo les enviaba su luz, como si quisiera enseñarles el camino. Y se arrastraron y treparon —la subida era horrible—, siempre arriba y más arriba. Y en todo el tiempo el deshollinador no dejaba de ayudar a la pastorcita, alzándola y sujetándola, y enseñándole los mejores sitios donde poner sus piececitos de porcelana. Hasta que, por fin, alcanzaron el remate mismo de la chimenea y se sentaron en el borde, pues se hallaban muertos de cansancio, y no es ... (ver texto completo)
—Ahora ya estamos en la chimenea —dijo él—. ¡Mira, mira cómo brilla esa estrella allá en lo alto!