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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Domingo trabajando
Foto enviada por GABALDON

— ¡Qué oscura es! —dijo la pastorcita. Pero lo siguió a pesar de todo a través de la estufa, hasta meterse por el caño, donde era noche cerrada.
Y la condujo hasta la puerta de la estufa.
—Mi camino pasa a través de la chimenea. ¿Eres de verdad tan valiente que te atrevas a entrar conmigo en la estufa y a trepar luego por el caño arriba hasta meternos en la chimenea? Una vez allí, sé muy bien lo que tengo que hacer. Subiremos tan alto, que no podrán alcanzarnos, y en el extremo superior de la chimenea hallaremos la abertura que desemboca en el ancho mundo.
Entonces el deshollinador la miró fijamente y le dijo:
—Sí —respondió ella.
— ¿Y de veras serás tan valiente como para arriesgarte a tanto, como para salir conmigo por el ancho mundo? —preguntó el deshollinador—. ¿Te das bien cuenta de lo grande que es y de que nunca más podremos volver aquí?
—No ganaríamos nada con ello —dijo la pastorcita—. Sé que la jarra y el chino viejo fueron novios en un tiempo; y cuando dos personas se han querido, siempre les queda un resto de afecto. No, no hay más remedio que irnos por el ancho mundo.
—Se me ocurre una idea —dijo el deshollinador—. Si nos deslizáramos dentro de esa gran jarra de flores que está en el rincón, podríamos escondernos entre las rosas y la lavanda, y echarle sal en los ojos cuando se acercase.
— ¡Ahí viene el chino viejo! —gritó la pastorcita, y se asustó tanto, que cayó sobre sus rodillas de porcelana.
Pero en cuanto llegaron al suelo, vieron que allá sobre la mesa el chino viejo se había despertado y se estaba meciendo con todo el cuerpo atrás y adelante, pues quiero que sepan que por abajo era de una sola pieza.
—No puedo soportarlo más —dijo—. Tengo que salir de esta gaveta.
Aquello acabó por asustarlos, y, de un salto, se metieron en la gaveta que había bajo el asiento de la ventana. Allí encontraron tres o cuatro barajas —ninguna de ellas completa— y un pequeño teatro de muñecos que ya estaba armado de la mejor forma posible. Se hallaban representando una comedia, y todas las reinas —de copas y oros, de espadas y bastos— ocupaban la primera fila y se abanicaban con sus tulipanes, mientras las sotas permanecían de pie tras ellas dejando ver bien claro que tenían dos ... (ver texto completo)
— ¡Mira que se escapan! ¡Mira que se escapan!
El deshollinador hizo lo que pudo para consolarla. Le enseñó cómo poner sus piececitos en los bordes tallados de la mesa, y luego en las molduras doradas que descendían alrededor de las patas, y así, y con la ayuda de la escalera, se encontraron por fin en el suelo. Pero cuando volvieron la vista al viejo aparador, ¡qué sorpresa se llevaron! Allí todo era agitación: por todas partes los ciervos asomaban sus cabezas y estiraban sus astas y retorcían sus cuellos. El General-Mandamás-en-Vanguardi a-y-Retaguardia-Guillermitopat ... (ver texto completo)
— ¡Ojalá estuviésemos ya a salvo en el suelo! —dijo ella—. No me sentiré tranquila hasta que no estemos allá afuera, en el ancho y vasto mundo.