Pasado un buen rato, se acercó un zorro al barril y comenzó a husmearlo. Saqué lentamente mi mano por el agujero de la tapa y, cuando me pareció el momento adecuado, atrapé al zorro por la cola. El zorro, como os podéis figurar, se asustó y echó a correr. Pero yo no lo soltaba. Así que tuvo que arrastrarme por medio bosque, hasta que el barril chocó con una gruesa cepa, se hizo pedazos y quedé libre, sin desprenderme un momento de la cola del zorro. No se me ocurrió cosa mejor que darle un golpe enérgico detrás de las orejas y llevarlo a casa.
Desde aquella ocasión me llaman Martín el Zorro. ... (ver texto completo)
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