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Tenía dos hijas en edad de merecer, feotillas ellas, no muy sobradas de gracejo, y hasta un tantico tontuelas. Y se hacía acompañar por ellas a todos aquellos sitios a los que, invitado como primera autoridad municipal, tenía que acudir...
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Él, en su fuero interno, acudía a menudo no como primera autoridad municipal, sino como primera autoridad familiar, puesto que, tras la imponencia de unos bigotes municipales, se ocultaba un corazón de padre deseoso del bien de sus hijas.
- ¿Ha llegado ya Don Gil? -Sí, ya ha llegado... y, como siempre, viene acompañado de sus pollas.
Don Gil departía animadamente con los próceres de la actualidad, y, mientras tanto, sus pollitas iban a ocupar algún asiento que descubrieran desocupado, a esperar a que algún pollo (en masculino solía aderezarse con pera: "pollopera") se les acercase. Cosa por lo demás, siempre poco probable. Pocas veces había alguien que les dijera "hazte p'allá", como dicen en Carrizosa. La situación, una y otra vez repetida, dio lugar a la asociación mental de tontuelidad con el hecho de ver en algún sarao a Don Gil y sus pollas.
En aquella época, al tonto a secas podía llamársele: bambarria, menguado, zampatortas, chirrichote, rudo, zamacuco, papanatas, tolondro, ciruelo, zote, mamacallos, mameluco, majadero, zopenco, mastuerzo, borrico, tonto, necio, obtuso, imbécil, mentecato, idiota, torpe, lelo (sinónimos todos del Diccionario Ideológico de Casares)... Pero ¿cómo describir esa circunstancia tan compleja de tontuelidad inconsciente? porque ya decía el padre Ramón que el que es tonto y lo sabe no es tonto del tó...
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