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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

original
Foto enviada por CASTILLEJA

¡Ya no vuelvo a tirar más los zapatones de mi marido! A partir de ahora, zapato que vaya a tirar al contenedor, zapato que le quito de las manos y planto claveles chinos.
¡Ya veréis dentro de poco que balcones voy a tener! ¡Van a dar envidia!
Y no pueden negar que este fue un verdadero cuento, ¿Verdad?
Y así el príncipe se casó con ella, seguro de que la suya era toda una princesa verdadera. Y el frijol fue enviado a un museo, donde está exhibido todavía, salvo que alguien se lo haya robado.
Oyendo esto, todos comprendieron enseguida que se trataba de una verdadera princesa, ya que había sentido el frijol nada menos que a través de los veinte colchones y los veinte almohadones. Sólo una princesa podía tener una piel tan delicada.
– ¡Oh, terriblemente mal! –dijo la princesa–. Apenas pude cerrar los ojos en toda la noche. Estaba muy incómoda ¡Vaya usted a saber lo que había en esa cama! Me acosté sobre algo tan duro que amanecí llena de cardenales por todas partes. ¡Fue sencillamente horrible!
A la mañana siguiente le preguntaron cómo había dormido.
Y, sin decir una palabra, se fue a su cuarto, quitó toda la ropa de la cama y puso un frijol sobre el bastidor; luego colocó veinte colchones sobre el frijol, y encima de ellos, veinte almohadones hechos con las plumas más suaves que uno pueda imaginarse. Allí tendría que dormir toda la noche la princesa.
“Bueno, eso lo sabremos muy pronto”, pensó la vieja reina.
En el umbral había una princesa. Pero, ¡santo cielo, cómo se había puesto con el mal tiempo y la lluvia! El agua le chorreaba por el pelo y las ropas, se le colaba en los zapatos y su estado era deplorable. A pesar de esto, ella insistía en que era una princesa real y verdadera.
Llegó una noche en que se desató una tormenta muy fuerte, en que pululaban los rayos y los truenos y la lluvia caía a cántaros. En medio de la terrible tempestad, tocaron a la puerta de la ciudad, y el viejo rey fue a abrir en persona.
…Un príncipe que quería casarse con una princesa, pero pretendía una princesa como la que él había imaginado en sueños. Por lo que se dedicó a buscarla por el mundo entero, aunque inútilmente, ya que a todas las que le presentaban les hallaba algún defecto. Princesas había muchas, pero nunca podía estar seguro de que lo fuesen de veras: siempre había en ellas alguna cosa que le disgustaba. Así que regresó a casa lamentando no haber encontrado la princesita que él andaba buscando, pues ¡deseaba tanto ... (ver texto completo)
La princesa y el frigol

Había una vez…
El Genio empezó a implorar al pescador —Abre el jarrón —decía—; dame la libertad te prometo satisfacerte a tu entero agrado.
Eres un traidor —respondió el pescado. volvería a estar en peligro de perder mi vida, tan loco como para confiar en ti.
—Genio —gritó—, ahora es tu turno de rogar mi favor y ayuda. Pero yo te arrojaré al mar, d encontrabas. Después, construiré una casa playa, donde residiré y advertiré a todos los pescadores que vengan a arrojar sus redes, para que se de un Genio tan malvado como tú, que has hecho juramento de matar a la persona que te ponga e libertad.
De inmediato, el cuerpo del Genio se disolvió y se cambio a sí mismo en humo, extendiéndose como antes sobre la playa. Y, por último, recogiéndose, empezó a entrar de nuevo en el jarrón, en lo cual continuó hasta que ninguna porción quedó afuera. Apresuradamente, el pescador cogió la cubierta de plomo y con gran rapidez la volvió a colocar sobre el ron.