El Genio, encontrándose obligado a dar una respuesta afirmativa a este conjuro, tembló. Luego, respondió al pescador:
—Pregunta lo que quieras, pero hazlo pronto.
—Deseo saber —consultó el pescador—, si efectivamente estabas en este jarrón. ¿Te atreves a jurarlo por el gran nombre de Dios?
—Sí —replicó el Genio—, me atrevo a jurar, por ese gran nombre, que así era.
—De buena e —contestó el pescador— no te puedo creer. El jarrón no es capaz de contener ninguno de tus miembros. ¿Cómo es posible que todo tu cuerpo pudiera yacer en él?
— ¿Es posible —replicó el Genio— que tú no me creas después del solemne juramento que acabo de hacer?
—En verdad, no puedo creerte —dijo el pescador—. Ni podré creerte, a menos que tú entres en el jarrón otra vez. ... (ver texto completo)
—Pregunta lo que quieras, pero hazlo pronto.
—Deseo saber —consultó el pescador—, si efectivamente estabas en este jarrón. ¿Te atreves a jurarlo por el gran nombre de Dios?
—Sí —replicó el Genio—, me atrevo a jurar, por ese gran nombre, que así era.
—De buena e —contestó el pescador— no te puedo creer. El jarrón no es capaz de contener ninguno de tus miembros. ¿Cómo es posible que todo tu cuerpo pudiera yacer en él?
— ¿Es posible —replicó el Genio— que tú no me creas después del solemne juramento que acabo de hacer?
—En verdad, no puedo creerte —dijo el pescador—. Ni podré creerte, a menos que tú entres en el jarrón otra vez. ... (ver texto completo)