– Desde que mamá murió no hemos tenido una hora de
felicidad; la madrastra nos pega todos los días, y si nos acercamos a ella nos echa a puntapiés. Por
comida sólo tenemos los mendrugos de
pan duro que sobran, y hasta el perrito que está debajo de la mesa, lo pasa mejor que nosotros, pues alguna que otra vez le echan un buen bocado. ¡Dios se apiade de nosotros! ¡Si lo viera nuestra madre! ¿Sabes qué? Ven conmigo, a correr mundo.