Al dar la medianoche, seis duendecillos desnudos salieron uno tras otro de detrás del
reloj. Subieron a la mesa y al momento se pusieron a coser y a martillar, a hacer nudos y a dar lustre. De cuando en cuando paraban para soplarse las manos
heladas, para calentarse los pies brincando en el suelo, o para acurrucarse unos contra otros y así combatir el frío del
invierno. Tiritaban de la cabeza a los pies.