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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Millones de hojas por los suelos
Foto enviada por Qnk

A las ocho de la mañana de aquel 4 de septiembre, Pablo se encontraba en su habitación del palacio Maurogonato. Aún no se había levantado; comenzaba a desperezarse cuando entró una sirvienta para anunciarle que un joven ruso deseaba hablarle de un asunto muy urgente. El conde conoce muy bien al joven. Pide que le haga esperar unos minutos mientras se prepara para bajar a su encuentro. Pero no va a disponer de tanto tiempo. Cuando se levanta, la puerta de la alcoba se abre con estrépito y surge ante ... (ver texto completo)
Tres años antes de la publicación de esta sentencia, en un viejo palacio veneciano del Campo del Giglio, vivía el conde Pablo Kamarowsky, considerado invencible en la esgrima. El conde es muy conocido en los ambientes políticos y la policía lo vigila porque, debido a sus abiertas simpatías zaristas, corren rumores de que se pretende acabar con su vida.
María Tarnowskaya, La Condesa del Escándalo

El 21 de mayo de 1910 apareció en el Corriere Della Sera la sentencia completa que condenaba a una mujer por su participación en un complot que terminaría con el asesinato de un noble ruso. Esta mujer era María Tarnowskaia, “la condesa del escándalo”. Ella es quien me ha servido de inspiración para escribir Gambito Veneciano, un relato que forma parte de la antología de género negro Tras las huellas de Arsenio Lupin.
María Tarnovskaya falleció el 23 de enero de 1949 en Santa Fe, Argentina. Su cuerpo fue trasladado a Rusia, para que reposara en el panteón familiar.
La condesa del escándalo pagó las consecuencias de sus actos en la cárcel de Trani, en el sur de Italia, hasta 1915, año en que fue puesta en libertad por buena conducta. Fue el 10 de junio, al día siguiente de cumplir 38 años. Después de eso se sabe que estuvo en París con un diplomático norteamericano, y que poco después emigraba a América en su compañía y con nombre supuesto. Un año después la encontramos residiendo en Buenos Aires con un nuevo amante.
María Tarnowskaya era considerada igualmente culpable, a pesar de la atenuante de trastorno mental. El suyo era un grado de complicidad que rozaba la instigación. El fiscal pedía para ella ocho años y cuatro meses, precisamente la pena que se le impuso. Pero había que deducir de este tiempo todo el que ya había pasado detenida. La condena era tan leve que la recibió con alegría.
Finalmente el jurado declaró a Naumov culpable de homicidio con premeditación, con algunas atenuantes; a Prilukoff, cómplice del crimen con afán de lucro. Cuando se pronunció el veredicto, se oyó un golpe sordo. Naumov había dejado caer pesadamente su cabeza sobre el escritorio, presa de una convulsión.
Hubo mucho que debatir acerca del estado mental tanto de María como de Naumov. El profesor Morselli consideraba a la condesa una criatura de inteligencia mediocre, o incluso baja, y que vivía dominada por las emociones. En su opinión, había en su carácter un cierto infantilismo que explicaba que en su cabeza la idea del delito tomarala apariencia de un juego frívolo. Dominaba solamente a aquellos que se dejaban, que querían ser dominados por ella. Casi no tenía sentido de la responsabilidad, y su ... (ver texto completo)
Prilukoff era el que despertaba mayor curiosidad por parte de los periodistas presentes, algunos de los cuales venían desde Rusia. En cuanto a la condesa, no parecía encontrarse demasiado incómoda: sonreía ligeramente bajo el velo al saludar a su padre, que asistía a cada sesión, o bien le susurraba un “buenos días, papá”, como si fuera lo más natural encontrarse allí.
Prilukoff ya podía planear su asesinato, un crimen que, como habíamos visto, le fue encomendado a Naumov. No fue, sin embargo, el crimen perfecto, y los autores habían sido detenidos. El 14 de mayo de 1910 daba comienzo un proceso que fue conocido como “el caso ruso”, en el que se oyeron 142 testimonios y que comenzó con una salva de silbidos y clamores que anunciaban la llegada de la góndola negra cerrada que traía a la acusada principal. Era costumbre que los acusados fueran transportados en una ... (ver texto completo)
Una semana más tarde el incauto Kamarowsky depositaba su nuevo testamento. Hasta entonces había instituido como heredero universal a su hijo y como usufructuaria a la condesa, pero ahora es María quien hereda todas las propiedades, reservando al hijo tan sólo la legítima. “En caso de muerte, ruego a mi hijo que honre a aquella que será su segunda madre”.
Kamarowsky obtuvo ese permiso, porque la anciana señora estaba totalmente encantada con María. La petición tuvo lugar en el Lido de Venecia. Allí fue donde María dijo privadamente al abogado Prilukoff:
Siempre buen hijo, solicitó el permiso de su madre para comprometerse con ella, sin saber que no podría casarse, pues María le ocultó que meses antes habían sido desestimadas las demandas de divorcio presentadas por su marido y por ella misma. Tampoco le confiesa, naturalmente, que en realidad siente repugnancia por él. “Sentía con sólo verlo una repulsión tan grande que fácilmente se convertía en odio; de ahí el evidente deseo de destruirlo, claramente presente incluso bajo el móvil económico del ... (ver texto completo)
En cuanto a la víctima, Kamarowsky, era un hombre honesto. Se había casado por amor con una joven culta y refinada que murió pronto, dejándole solo con su hijo. Había pasado días maravillosos con ella, parte de ellos en Venecia, donde había hecho muchos amigos debido a su carácter afable. Y, sin embargo, poco después de perder a su mujer, se había dejado engatusar por la condesa, como demuestra esta carta:

“Por poderte llamar mía para siempre estoy dispuesto incluso a cometer un delito; ser tu ... (ver texto completo)
María Tarnowskaya, La Condesa del Escándalo (III)

La condesa tenía una servidora de entera confianza. Se trataba de Elisa Perrier, una suiza que cumplía además la función de dama de compañía y consejera. Elisa era huérfana. Sus hermanos habían emigrado a América y aparte de ellos su único pariente era una tía anciana que vivía en Neuchâtel. Llevaba al límite la lealtad que mostraba hacia María, como si fuese su perro fiel, a cambio de una paga miserable. Era capaz de hacer o decir cualquier cosa ... (ver texto completo)