A las ocho de la mañana de aquel 4 de septiembre, Pablo se encontraba en su habitación del palacio Maurogonato. Aún no se había levantado; comenzaba a desperezarse cuando entró una sirvienta para anunciarle que un joven ruso deseaba hablarle de un asunto muy urgente. El conde conoce muy bien al joven. Pide que le haga esperar unos minutos mientras se prepara para bajar a su encuentro. Pero no va a disponer de tanto tiempo. Cuando se levanta, la puerta de la alcoba se abre con estrépito y surge ante ... (ver texto completo)